Lunes, 02 de Diciembre 2024
México | DETRÁS DE LA NOTICIA POR RICARDO ROCHA

Juvenicidios: la muerte del futuro

Si seguimos matando a nuestros jóvenes, todo lo demás carece de sentido

Por: EL INFORMADOR

La peor señal de hacia dónde va el país, son los asesinatos de cada vez más jóvenes. Eso es lo que nos debiera alarmar más que cualquier otra cosa: más que las reformitas política o laboral; más que las coaliciones por los próximos procesos electorales; más que los plazos para la recuperación económica; vaya, más que la cantaleta de 2012. Porque si seguimos matando a nuestros jóvenes, todo lo demás carece de sentido. Y hablo de crímenes colectivos en varias modalidades:

Desde luego están los obvios que tienen que ver con la estadística alarmantemente creciente de cada vez más jovencitos y aun niños masacrados por el crimen organizado. Pareciera un “daño colateral” teledirigido sobre todo en los años y meses recientes. Ya horroriza la cronología: los 15 muertos de Salvárcar por un comando de sicarios armados; poco después, ahí mismo, a unos cientos de metros, otros seis ejecutados que velaban a un séptimo; luego los dos posgraduados del Tec, y más recientemente los 10 jóvenes y niños de Durango masacrados por un grupo paramilitar en circunstancias todavía no aclaradas del todo.

Por supuesto que en ése y en todos los casos importa saber quién los mató. Y por qué. Para castigar a los culpables. Pero, lo paradójico es que en otro sentido da igual quiénes fueron los criminales. Y para el caso es lo mismo: lo cierto es que cada vez caen más jóvenes en balaceras por todo el país; aun con el conservadurismo mañoso de las cifras oficiales se estima que, de los 15 mil muertos de esta guerra del absurdo, al menos tres mil son mujeres y hombres muy jóvenes caídos casi a partes iguales a ambos lados de la línea de fuego.

Si no los matamos, les matamos la ilusión: de ser hombres de bien; de hacer una carrera; de retribuirle al país lo que éste habría de darles a través de una educación pública de calidad, en lugar de rechazarlos por falta de cupo; de construir una familia y de servir y servirse de una comunidad armónica. Nada de eso.

Por el contrario, los matamos. Pero antes, los fragmentamos y los enfrentamos. Así que, por lo pronto, hay varios grupos de jóvenes más o menos estratificados aun contra su voluntad: los que conforman esa inquietante generación NiNi, que ni estudian ni trabajan y viven en el limbo de los emos, los darks o las pandillas; los privilegiados que sí estudian y que —cosa muy rara— tendrán por una razón o por otra un lugar en el mercado de trabajo; los que aun estudiando mucho se enfrentarán al terminar al vacío laboral terriblemente frustrante e irritante.

A todos los estamos matando de un modo u otro. Y, con todos, nos morimos un poco.

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