Inquietud y desconfianza

La inseguridad es el exponente de la discordia generadora de anarquía. La impresión generalizada es de un desorden en el manejo político, que sin freno apunta intereses particulares de grupo con vista a los comicios del año 2012.

Sin duda, hay lamentable pérdida de tiempo en el Poder Legislativo, donde “son muchos los que están y son pocos los que son”, para poner freno a los distanciamientos de palpable ambición y poco aprecio a la función delegada por la ciudadanía.

Hay voces de aprecio a la energía, ésta con todos inconvenientes, de un Gobierno dictatorial que otorgue garantías individuales imprescindibles para la paz a costa de pérdidas, como la libertad; en nuestro caso degenerado libertinaje.

El terror se adueñó de la población que contempla los daños a terceros esperando no engrosar la estadística judicial de criminalidad impune. Queda para la historia de esta década el crecimiento delictivo incontrolable, donde algunas autoridades se incluyen en los anales de la complicidad, que de poco o nada sirve al ofendido.

Las cifras económicas están convertidas en proyecciones virtuales difundidas por los medios de comunicación masiva, pero sin beneficio real en la población retroalimentada por la desconfianza. Por su parte, los actores políticos, con su inagotable lenguaje de crítica a sus opositores, denigran sin proponer fórmulas del “cómo” llegar a soluciones prácticas, prontas y efectivas a favor de la población.

En el mismo sentido se aprueba y reprueban los presupuestos, que igual a los de años y sexenios anteriores mencionan expectativas, tan sólo para alcanzar la cobertura del gasto corriente, elevado por los mismos compromisos de operación con supuesta eficiencia: Adelgazar la nómina es una utopía, así como la ruptura con los poderes fácticos productores de bonos y votos.

La presión extranjera se manifiesta con negativas de inversión, migración de las existentes y evasión de obligaciones al capital humano. En este escenario, ningún Gobierno puede luchar por la aplicación de fórmulas de certeza al bienestar y sólo la voz y actitud unánime de la población pondrá extirpar con su apoyo los vicios degradantes que nos aquejan.

Basta de gritos patrioteros con la postergación de soluciones auténticas. Ese grito se escucha en todos los niveles de la sociedad; la que tampoco se conforma con las tradicionales comparaciones de otros pueblos en peores circunstancias, pero definitivamente ajenas a la propia.

Nuestra familiarización con el delito expone un panorama poco promisorio para la familia que, más pronto de lo deseado, enfrentará algún problema superior a la solución demagógica propuesta. Sólo el esfuerzo particular, que en cada caso es diferente, puede acercar el recurso de bienestar.
Dios nos guarde de la discordia.