Miércoles, 27 de Noviembre 2024
México | Por Raymundo Riva Palacio

Estrictamente personal

2010: La polarización

Por: EL INFORMADOR

Si la política es el arte de la construcción de acuerdos, lo que se vivió en México durante el año que terminó fue el intento sistemático y generalizado por destruir la política y la convivencia social. El discurso del odio circuló libremente, al encontrar en las frustraciones y angustias de muchos mexicanos el campo donde mejor floreció.

Lo paradójico es que quienes resultan más afectados por ser depositarios de los mayores odios fueron los políticos, las principales voces de la polarización y el insulto, y los principales responsables de denunciarlo, atajarlo y servir de contrapeso, los medios de comunicación, se convirtieron en sus principales difusores.

Los insultos, las agresiones, la reproducción de amenazas y el libre albedrío sin responsabilidad, uno de los principales fenómenos sociopolíticos del año, rompió los parámetros de la libertad de expresión cobijándose en ella, y ayudó a allanar el camino para la ruptura de las normas sociales. Formalmente no están rotas, pero en realidad, desaparecieron sus controles.

Un correo electrónico que ha hecho numerosas travesías en las dos últimas semanas, ayudado a navegar por los medios de comunicación tradicionales, proclama: “Haz patria, mata un político”. Y agrega: “Mexicanos, celebremos el bicentenario y el centenario eliminando al menos 300 políticos de primer nivel de la generación 1990-2010”. Lo importante no es la seriedad de la amenaza —el formato la hace inocua por definición—, sino la acogida con la cual recibieron el anónimo en las redes sociales y proyectaron su propia ira.

A matar políticos es la consigna que no resuelve, sin embargo, cómo dejar de sentirse mal y vivir con precariedad. El objetivo explícito no tiene destino, pero el lenguaje beligerante revela la forma como se comporta un segmento de la sociedad, que denuesta con sonoridad y contundencia. Las mentiras se permiten y se aplauden; los matices se descalifican. Es la vida del blanco y negro.

En los días posteriores a la liberación del abogado panista Diego Fernández de Cevallos, hubo simpatías por sus captores, por el simple hecho de haber difundido un manifiesto político a favor de los pobres, sin reparar un momento en el hecho criminal en el que incurrieron. Igual ha sucedido en el contexto de la guerra contra el narcotráfico, donde una dinámica perniciosa muestra siempre denuncias sobre violaciones a los derechos humanos cometidas por las fuerzas federales —algunas de ellas con sustento—, pero nunca sobre las que incurren los cárteles de la droga.

Fenómeno de estos tiempos, la polarización política en México no ha sido un producto de generación instantánea, sino irresponsablemente alimentada por los políticos —que han encontrado en la elevación de decibeles en el insulto la forma de encontrar el espacio en medios que la debilidad de sus ideas nunca puede lograr—, y por el sector más susceptible a ser agredido en este contexto, los medios de comunicación —que han encontrado en la reproducción textual de los insultos, una intelectualmente limitada justificación existencial de libertad—.

Ambos actores han contribuido a la mediocridad del debate político al tomar partido y actuar claramente a favor de una de las partes, perdiendo el imperativo central de un medio responsable del balance y equilibrio. Hay quienes desean focalizar en el reducido número de simpatizantes que respaldan a una persona, pero lo mismo se podría alegar de su adversario. Este fenómeno no tiene responsables únicos, sino colectivos. No hay libres de culpa.

Los parámetros de la civilidad política se han ido agotando en la medida de que quienes son las principales voces del odio encuentran terreno fértil en aquellos que corren con la responsabilidad de establecer las fronteras al marco de referencia y que lo tienen por completo barrido.

En este sentido, los medios de comunicación, antaño intermediarios a través de los cuales se comunicaban y discutían gobernantes y gobernados, se han vuelto en protagonistas de la vida pública.

Enjuician, sentencian, insultan inclusive a aquellos que toman iniciativas ajenas a su imaginario. Hay quienes no informan sino pontifican, quienes insultan con epítetos que antes era inimaginable verlos escritos en un diario, y hoy se ha vuelto moda. La prominencia de las tribunas, la prácticamente nula rendición de cuentas, la ausencia de verdaderos derecho de réplica, sólo aumenta el encono. Y contamina.

La arena pública se convirtió en una selva. No hay una discusión orientada a la confrontación de las ideas sino a la aniquilación del adversario por la vía de la agresión en el discurso y la descalificación. El debate político se encuentra reducido a pleitos de barandilla, donde los esfuerzos de quienes procuran cambiar los términos en los que se encuentra, son derrotados por el griterío.

La generación de un discurso de odio no es meramente retórico.

Tiene consecuencias. El odio mata. Haití, Ruanda, Yugoslavia, Alemania son recuerdos vivos. Que a nadie se diga sorprendido cuando todo lo que estimuló, se les vuelva en contra.

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