Miércoles, 27 de Noviembre 2024
México | Por Raymundo Riva Palacio

Estrictamente personal

IFE, modelo fallido

Por: EL INFORMADOR

La celebración de 20 años del IFE generó un caudal de autoelogio. El mayor, de su presidente Leonardo Valdés, quien sin recato alguno dijo que el instituto transformó políticamente al país. Valdés, como una gran parte de la clase política, es un cínico sinvergüenza. El IFE que él encabeza es un modelo fallido, mutilado por los partidos que se lo robaron a los ciudadanos -por cuyas manos pasó efímeramente-, y al que le sepultaron su credibilidad y respetabilidad sin darse cuenta que lo que provocaron fue un suicidio colectivo.

En dos décadas, la gran institución de la era democrática se pervirtió y caminó de un órgano tutelado -como se concibió-, a uno ciudadano -que era el objetivo final-, a uno partidizado -que es la antítesis de su desarrollo-. Es decir, la transformación política que pregonó Valdés, es en realidad una regresión política. El IFE se ha convertido en el aparador donde los políticos se burlan de los ciudadanos, donde gobernantes y partidos pisotean las leyes electorales, y donde los consejeros, sumisos empleados de ellos, patalean para disfrazar sus limitaciones con un ojo censor a la libertad de expresión.

El IFE nació como un organismo público autónomo para organizar las elecciones federales, pero hoy no tiene de autónomo salvo el membrete. Sí organiza elecciones pero que no ha sido capaz de generar competencias equilibradas. Y ha excedido sus atribuciones de organizar y contar votos, guardando silencio cómplice frente a los atropellos democráticos de los poderosos, sus patrones políticos.

El más notorio, la firma del acuerdo el PAN y el PRI para impedir las alianzas en las elecciones del estado de México, avalado por la Secretaría de Gobernación. Partidos y gobierno regresaron 20 años el avance electoral mexicano al devolver a la jefatura política del gobierno el arbitraje electoral, ante el silencio del IFE. El más pusilánime, los gritos débiles ante las cuatro cadenas nacionales del presidente Felipe Calderón en vísperas de las elecciones del 4 de julio, y la difusión de spots del PAN en eventos deportivos un día antes de los comicios.

Un régimen autocrático como el que se vivió durante décadas en México producía incertidumbre en los procesos -¿quién sería el tapado?-, y certidumbre sobre los resultados -el ganador sería el PRI-. Un régimen democrático produce certidumbre en los procesos -las reglas están claras para todos y nadie puede salirse de ellas-, e incertidumbre en los resultados -el voto de la gente es el que define ganador-.

El andamiaje electoral actual no produce certidumbre en los procesos -los propios aspirantes a la Presidencia definen su actividad proselitista como “pre-pre campaña”, jugando con la semántica para birlar la ley-, ni tampoco en los resultados -al estarse delegando el arbitraje al Tribunal Electoral, convertido en la voz definitiva de quién gana y quién pierde-.

Este retroceso, apuntalado por los partidos en la reforma electoral de 2007, se comenzó a construir en la elección del consejo del IFE en 2003, donde empezó a perder su carácter ciudadano -modelo de vida fugaz-, que con la intolerancia de los partidos -el talante excluyente del PAN y el PRI, y la falta de visión estratégica del PRD-, incubaron un órgano que mostró sus deficiencias y carencias en la elección presidencial de 2006. En todo este camino no se transformó el sistema político, como aseguró Valdés, sino que se revirtieron los avances democráticos.

El resultado que no quieren ver es la regresión democrática y el descrédito de la clase política en su conjunto. Un estudio sobre gobernabilidad que difundió en mayo la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), un organismo intergubernamental con sede en Costa Rica, que será presentado esta semana en la conmemoración del IFE, muestra el desprecio de los mexicanos para con sus políticos y la pérdida de confianza en quienes los gobiernan.

Como grupo, los “políticos” son totalmente desechables, según el estudio realizado en el Distrito Federal, Guadalajara y Monterrey. El 63% de la población no tiene “nada” de confianza en ellos, que es la cifra de desaprobación más alta en América Latina. Si a ello se le incorpora que el 22% dice que les tiene “poca” confianza, resulta que 8.5 de cada 10 mexicanos en esas plazas, rechazan prácticamente todo lo que les dicen y ofrecen los políticos.

En términos más particulares, el nivel de confianza del Presidente es ambivalente. El 17% dice que le tiene “mucha” confianza, y el 27% que le tiene “nada”; el 31% dice que le tiene “algo” y el 25% “poca”. En cambio, la medición para el líder de la Cámara de Diputados, que resume el sentir hacia los legisladores, es terrible: 7% le tienen “mucha” confianza, y 41% no le tienen “nada” de confianza; 24% dicen tenerle “algo” de confianza, pero 28% dicen que “poca”.

Los medios de comunicación, que les ayudan a construir el consenso, han sido arrastrados en ese descrédito. Sólo el 13% le tiene “mucha” confianza a los periódicos, que es donde se expresa la opinión política, 16% a la televisión y 25% a la radio. El 36% le tiene “poco” o “nada” de confianza a los diarios, el 48% dice eso de la televisión, y el 33% lo afirma de la radio. Las Fuerzas Armadas siguen bien evaluadas (63% de aprobación), pero hay un dato relevante: el 43% de los entrevistados admiten que es “muy” o “algo” probable que den un golpe de Estado.

Esta clase política y sus vehículos de comunicación con los ciudadanos no han creado tampoco una sociedad mejor, en términos democráticos. Según FLACSO, el 29% de los encuestados dijeron nunca respetar la opinión ajena y el 35% matiza: casi nunca. Es decir, 6.4 de cada 10 mexicanos en esa ciudades, se reconocieron como intolerantes. Vaya combinación. Intolerancia social, descrédito de las instituciones políticas, y desmantelamiento de los órganos democráticos.

¿Qué será lo que celebran en el IFE? Están sumergidos en su microcosmos de simulación y autoengaño. La ausencia de autocrítica denota una fuga de la realidad, que no sólo tiene consecuencias en materia electoral, sino como lo sugiere FLACSO, en la gobernabilidad del país. Los políticos, como un cuerpo social, van en picada. Pero en política no hay vacíos; siempre se ocupan. La duda es si los políticos serán capaces de revertir su caída y recuperar los espacios perdidos, o si serán otros actores, dentro o fuera de la ley, quienes los remplazarán como intermediarios de la sociedad.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

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