Miércoles, 27 de Noviembre 2024
México | Por Raymundo Riva Palacio

Estrictamente personal

La derechización mexicana

Por: EL INFORMADOR

Confirmado: en menos de una generación, toda una cultura política de 150 años se modificó y Estados Unidos —su Gobierno, no su pueblo—, dejó ser el agresor histórico y pasó a ser un cómodo amante. Se puede argumentar que México se derechizó, y que tuvo como consecuencia perniciosa haber perdido perspectiva. No es un tema de que quien piense del lado derecho de la geometría política carece de perspectiva, pero sí que al borrar todos los referentes en forma acrítica, se minó la capacidad objetiva para ver puntos de vista diferentes y necesarios para entender mejor la realidad. El resultado del proceso lo estamos viendo, gracias a Fidel Castro y Carlos Pascual.

Castro, el legendario líder de la Revolución Cubana que se quedó analíticamente atado al pasado, tiene volcada a la opinión pública mexicana en su contra porque a partir de una reflexión sobre el episodio de los videoescándalos en 2004, hizo un elogio del ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, y una crítica al proceso electoral en el cual ganó Felipe Calderón. No hay intentos por entender la razón de esa reflexión en un momento aparentemente sin coyuntura que perjudica más a López Obrador por las mismas razones ideológicas, ni explorar los senderos de la política y la diplomacia para explicar los motivos del comandante.

De hecho, Castro podría tener más motivos de insatisfacción con López Obrador que con otros de los actores que menciona en su reflexión. El ex candidato presidencial, que comparte con Castro una visión social de la política, pero es lejano por cuanto a formación ideológica, religión y cosmogonía, no quiso ser parte de un juego político de La Habana para vulnerar al Gobierno de Vicente Fox y lastimar a Calderón en la campaña, al rechazar recibir de agentes de la inteligencia cubana, 40 horas de grabaciones con el empresario Carlos Ahumada, con los detalles y los nombres de todos aquellos funcionarios y empresarios que conspiraron para descarrilar su candidatura presidencial. En pocas palabras, no se prestó a sus intereses.

En cambio, Castro tenía una estrecha relación con el ex presidente Carlos Salinas, uno de los principales arquitectos de la conspiración, no sólo en agradecimiento por haberlo ayudado con petróleo y renegociación de la deuda externa cubana con México durante su Gobierno y por haber servido como puente con el ex presidente Bill Clinton por un problema de refugiados, sino también por haber servido como promotor de inversiones extranjeras en la isla. A Salinas no le permitió invertir, como menciona Castro, porque representaba intereses económicos anglosajones, que el ex presidente quiere llevar ahora a Cancún, pero le permitió adquirir una propiedad cuando vivió en autoexilio durante el Gobierno de Ernesto Zedillo, y siempre que va a Cuba —donde nació su último hijo, Jerónimo—, es recibido y tratado con la calidez que se le da a un amigo.

Comparten sólidas amistades con personas que ambos respetan y quieren, Carlos Slim y Gabriel García Márquez.

La reflexión de Castro, un hombre viejo que se quedó en la Guerra Fría, pero no el senil como algunos lo describen, no deja de ser eso, un punto de vista que aporta muy poca información y mucha opinión, que viene de un político que aún sin tener las riendas del poder en sus manos sigue teniendo poder en Cuba, que es un país, sin embargo, hoy en día irrelevante para México. Cuba necesita más a México en términos geopolíticos, que viceversa. No es así con Estados Unidos, de donde México depende en más de 80% de su comercio y está injerto en su sistema productivo. Por eso, si la reflexión de Castro es realmente inofensiva, no es lo mismo la reciente declaración del embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, quien propuso sin petición de por medio, estrategias para que el Ejército, la Policía Federal, gobiernos estatales y municipales vayan reduciendo la violencia. Pascual, que sí está en activo, descalificó la estrategia del Gobierno federal y se entrometió abiertamente en los asuntos internos, sin que su exceso diplomático causara sorpresa o indignación en medios, partidos o el Gobierno.

La propuesta de Pascual de ir creando perímetros de seguridad, sugiere militarizar el país, punto de vista que contradice totalmente las declaraciones del presidente Barack Obama sobre el tratamiento del problema del narcotráfico. Obama, al romper con la doctrina estadounidense aplicada desde el Gobierno de Richard Nixon, afirmó que su Gobierno ya no optaría por la solución de fuerza para enfrentar al narcotráfico, sino por la vía de la prevención a través de políticas públicas. Nadie ha pedido a Washington, como sí se ha hecho con La Habana, que clarifiquen si lo que dijo el embajador es la posición del Gobierno de Estados Unidos. Hasta ahora, está claro que lo dicho por Pascual tiene el respaldo de su jefa inmediata, Hillary Clinton, la secretaria de Estado, y de Obama. Si pensaran que Pascual se salió de los temas de la agenda establecida por la Casa Blanca, habría sido desautorizado.

Pascual, que ha hablado con todos los actores políticos mexicanos, a muchos de los cuales ha expresado lo que piensa Washington que se tiene que hacer con el narcotráfico, puede operar como ni siquiera el embajador más intervencionista que ha tenido Estados Unidos en México en una generación, John Gavin, pudo atreverse siquiera. Gavin provocó marchas “por la dignidad” y la petición en el Congreso para que se le declarara personan non grata. Años después, cuando se pidió el placet para John Negroponte, se consideró negarlo por el antecedente de haber creado la Contra antisandinista en Honduras. A Pascual se le honra, se le rinde tributo y se le ha incorporado dentro del jet-set mexicano. Es un procónsul sin que nadie haya reparado en la etiqueta.

Sí han cambiado los mexicanos. La actitud de Pascual hace unos años hubiera sido impensable que se dejar pasar sin protesta o reclamo. Hoy, la diferencia de reacción pública entre él y Castro no puede entenderse en términos políticos —por la asimetría en la relación bilateral con sus países y por los niveles de relevancia—, sino en términos ideológicos. No es un juicio descalificador de las ideologías, sino una comprobación por la vía de los hechos. Como dijo un asesor del Presidente Calderón recién inició el sexenio: “Lo que más nos sorprendió de los medios durante la campaña, era lo derechistas que se habían vuelto”. Castro y Pascual podrán decir: tiene razón.

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