Martes, 26 de Noviembre 2024
México | PERGEÑO POR VÍCTOR E. WARIO

Entre Juanito y la congruencia

La elección en el Estado de México ha llevado a López Obrador y al PRD a gritarse de más y escucharse poco o nada

Por: EL INFORMADOR

Víctor E. Wario.  /

Víctor E. Wario. /

Andrés Manuel López Obrador fue un eficaz estratega político y un exitoso conductor de elecciones cuando ocupó la presidencia nacional del Partido de la Revolución Democrática, entre 1996 y 1999.

Se puede decir, sin lugar a dudas, que llevó al PRD a convertirse en un auténtico partido competitivo, con presencia nacional y capaz de entrar al juego democrático como un actor principal, no como comparsa, con argumentos para pelear casi en cualquier terreno electoral de cara a los dos grandes partidos que durante mucho tiempo se habían disputado la tajada del león.

Los triunfos locales de Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal (1997) con más de 40% de los votos del electorado; de Ricardo Monreal en Zacatecas capitalizando la fuerza electoral del Partido del Trabajo, y Alfonso Sánchez Anaya en Tlaxcala (1998), ambos ex priistas que conquistaron para la izquierda bastiones del tricolor, así como de Leonel Cota Montaño en Baja California Sur (1999), mostraron a un López Obrador conocedor de las buenas y las malas artes políticas en las que abrevó durante su larga trayectoria en el PRI.

El éxito de su gestión como dirigente se vio coronado en el propio 1997 en el que, con el arrastre de la votación que acumuló Cárdenas, puso al PRD en posición de privilegio en la Cámara de Diputados, donde logró agenciarle 125 curules y establecerlo como la segunda fuerza política, desplazando al PAN de ese lugar.

Pero esa historia de triunfos, ese romance entre López Obrador y el PRD se colapsó desde la elección presidencial de 2006 que ha derivado en algo más parecido a un matrimonio mal avenido en el que cada parte le voltea la espalda a la otra y ambas se muestran poco dispuestas a volver a unirse para ganar juntas. Los triunfos del partido no han sido los del tabasqueño y viceversa.

Se ha acumulado una historia de desavenencias y resentimientos, de acusaciones de infidelidad, que los ha llevado a una separación que, con la pantalla de temporal, tiene más visos de definitiva.

El pretexto, como en toda relación de pareja, es un pleito menor en el que ambos se dicen poseedores de la verdad y sujetos de traición. La elección en el Estado de México ha llevado a López Obrador y al PRD a gritarse de más y escucharse poco o nada. Yo así no voy, dice uno; pues cada quien por su lado, replica el otro.

Pero todos en el vecindario saben que la pareja arrastra una cadena de pleitos en la que el objetivo es quedarse con todo, la casa, el auto, las cuentas bancarias y, sobre todo, los hijos.

Hoy López Obrador busca pareja. Se le han caído dos coqueteos, primero con una incondicional, la senadora Yeidkol Polevnsky, luego con su fiel amigo el diputado Alejandro Encinas.

Éste, hombre de izquierda, apela a la congruencia con sus principios para negarse a ser un candidato impuesto por el tabasqueño, quien, alejado del lecho conyugal, anda en busca de su Juanito. Ni hablar, no se acostumbra a la soledad.

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