Domingo, 24 de Noviembre 2024
México | PLAN B POR LYDIA CACHO

Enamórala y véndela

Madres, abuelas, tíos y hermanos viven hasta por cinco años del producto de la explotación de una, dos o tres ''novias'' o esposas de los ''Tenancingos''

Por: EL INFORMADOR

Lydia Cacho.  /

Lydia Cacho. /

Un Camaro amarillo se detiene frente a una pequeña zapatería. Se abre la puerta del conductor y de ella sale una bota vaquera puntiaguda, a intolerables decibeles resuena un “reggaeton”, el hombre de 24 años con mechas desteñidas baja del auto. Con la soberbia de un rey, da la vuelta, abre la puerta y sale de ella una joven de 16 años; morena, delgada, de cara lavada, con minifalda escolar a cuadros rojiazules, blusa blanca, calcetas y zapatos negros de goma. Es una novata, dicen los vecinos, la trajo de Cholula. Ellos saben que el güero le va a comprar zapatos y ropa de “mujer” para comenzar la transformación.

En Tlaxcala, Estado vecino con Puebla, se generalizó hace poco más de una década una tradición de ritual masculino que toda la sociedad avala, desde Tenancingo, pasando por Acuamanala, Papalotla, San Luis Teolocholco, San Pablo, Ayometla, Xicohtzinco y otros pueblos. Familias enteras viven de la explotación sexual de jovencitas. Los tratantes han sido entrenados para enamorar a adolescentes, establecer noviazgos ficticios, conocer a la familia y llevárselas para prostituirlas.

Madres, abuelas, tíos y hermanos viven hasta por cinco años del producto de la explotación de una, dos o tres “novias” o esposas de los “Tenancingos”. Tratantes, lenones, orgullosos de su capacidad para engañar, seducir y transformar cada año a miles de niñas y adolescentes en mujeres entrenadas para esclavas.

El caso más famoso de Tlaxcala fue el de la familia Carreto, que purga una pena en los Estados Unidos por haber llevado jovencitas como esposas de jóvenes tlaxcaltecas a burdeles caseros de Nueva York. Y hace una semana un joven detenido por la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), con naturalidad y orgullo explicó cómo fue educado para ser tratante.

“Mientras no sea mi hija, a mí que me importa”, dijo doña Anselma, mientras investigaba la cultura lenona para mi libro sobre trata de mujeres. Todo el pueblo los reconoce. Autos deportivos, cabello puntiagudo y embadurnado de cera. Música a todo volumen, cadenas de oro y relojes voluminosos, todo producto de la explotación de las mujeres.

“No hay agricultura, no hay escuela, no hay trabajo…y pus hay mujeres, y si uno las puede vender, pus las vende, es lo que hay”, dice sonriente un anciano ex-lenón afuera de una cantina.
Ahora la cultura del tratante está documentada en Tlaxcala, Puebla, Quintana Roo, Yucatán, Sinaloa, Chiapas y Veracruz.

Si la sociedad no reacciona ahora mismo, no habrá suficientes cárceles para los tratantes ni refugios para sus víctimas en todo México. Algo tendríamos que hacer. Habría que alertar a estudiantes y maestros de estas zonas para comenzar a transformar estos patrones en sus comunidades, desde la educación de la equidad hasta la reactivación económica con el empresariado y el Estado. La Universidad Autónoma de Tlaxcala ha hecho estudios y programas de prevención, unirse a ese esfuerzo puede cambiar al país. Ahora es cuando.

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