Miércoles, 27 de Noviembre 2024
México | PALESTRA 20 POR JORGE O. NAVARRO

En Macondo no jugaron futbol

Mientras, en nuestro país que es un Macondo gigantesco, mueren violentamente y por decenas, hombres, mujeres y niños sin apenas algún recuerdo de dos líneas

Por: EL INFORMADOR

Jorge O. Navarro.  /

Jorge O. Navarro. /

Los Cien años de soledad, de García Márquez, aunque sé que se trata de un caprichoso vínculo mental que seguro no se repite en nadie más que en este autor, quedaron ligados en mi memoria a las horas calurosas y polvorientas de las canchas de futbol del bachillerato.

En aquellas tardes de competencia juvenil permanente, la meta principal era correr desaforadamente y llegar a una de las tres canchas de arena gruesa y candente antes que estuvieran completos los equipos. Dos horas poseíamos para jugar y luchar como soldados mercenarios bajo las simples y cambiantes órdenes de un balón que se endurecía tanto como apretaba el calor. Acabado el tiempo de recreo y después de los baños fríos que limpiaban la lengua del sabor terroso y devolvían a los rostros una apariencia normal, teníamos los adolescentes de entonces la energía —y la obligación— de volver a las aulas.

Y nace aquí mi arbitrario nexo entre los Buendía de Macondo y mi juego de pelota... muchas de aquellas vísperas que debieron aprovecharse en el Álgebra o la Biología, se gastaron en la Literatura. Un tanto a escondidas, aunque sin exagerar el riesgo, le regalé aquellos tiempos a las páginas de Hesse, Dumas, Borges, Altamirano, Jack London, Rómulo Gallegos, De Saint-Exúpery. Y a García Márquez.

De cada libro y lectura guardo un recuerdo particular.

Los personajes de Macondo me agitaron entre el escándalo, la simpatía y el rechazo, hasta que finalmente, después de una tercera lectura reposada y definitivamente obsesiva, acabé por acostumbrarme a su natural manera de amarse, asesinarse y desaparecer sin apenas algún recuerdo de dos líneas. Me sorprendía cómo en aquel universo lujurioso, húmedo y cálido, no hubiera lugar para la rebelión contra lo inevitable porque, cuando al fin el coronel Aureliano encarna a un Prometeo tropical, termina perdido en los laberintos de sus anhelos inalcanzables, hasta que muere él también, orinando de pie, en una escena que entonces me parecía absurda hasta ser ridícula. Hoy me entero que no era otra cosa que la copia de uno más de los incontables matices del hombre.

Hoy, al impulso de mis memorias, vuelvo sobre mis pasos y aunque ya no corro desesperado para ganar lugar en una cancha de polvo sofocante, me sorprendo de la afición que todo lo ciega, que no deja lugar para una reflexión sobre la realidad. Todo es juegos de futbol entre equipos que nunca vimos pese a la “magia de la televisión” y a los que identificamos por la referencia vaga del nombre de un país que jamás visitaremos; todo es horas interminables de minuciosos análisis que desembocan a lo más, en comerciales.

Mientras, en nuestro país que es un Macondo gigantesco, mueren violentamente y por decenas, hombres, mujeres y niños sin apenas algún recuerdo de dos líneas. La justicia que buscó el coronel Buendía se nos niega también a nosotros, que corremos el riesgo, como él, de una vida y una muerte ridículas.

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