Jueves, 28 de Noviembre 2024
México | EN TRES PATADAS POR DIEGO PETERSEN FARAH

En Guadalajara fue...

Ser hijo de narco es una tarea que se va complicando con la edad

Por: EL INFORMADOR

Diego Petersen Farah.  /

Diego Petersen Farah. /

Se querían mucho. Difícilmente podían encontrar dentro de la escuela donde estaban alguien tan semejante.

Venían de la misma cultura, tenían los mismos gustos, habían sufrido el mismo miedo, el mismo desprecio, la misma sensación de no pertenecer a ningún lado, el desarraigo que sólo experimenta el que tiene que estar huyendo permanentemente.

Se conocieron desde muy chicos, en primero de primaria, pero no fue hasta ya entrada la secundaria cuando el rechazo de los otros los fue juntando.

Ser hijo de narco es una tarea que se va complicando con la edad. De niño se nota poco, pero conforme va avanzando la conciencia crecen la vergüenza y el odio; la prepotencia y soledad.

Para un hijo de narco el mundo se divide en dos, los chacas (que significa jefe entre los indígenas de Sinaloa) como ellos y los demás.

Poco a poco se van juntando los chacas con los chacas, se reconocen, se identifican, se saben, se huelen.

Es la misa ropa, las mismas marcas, la misma música, el mismo cinturón, los mismos autos, el mismo lenguaje en el Facebook, la misma manera de imponer el dinero sobre el rechazo, porque saben que los podrán rechazar a ellos pero jamás a su dinero, y es así como van conformado las redes sociales que luego serán importantes.

Por eso están ahí, en un ambiente en principio hostil, pero a la larga útil, pues entre sus compañeros están hijos de políticos, de empresarios y de diplomáticos.

El noviazgo de Lizette y Alonso comenzó a los 12 años. Se fueron, los fueron, separando hasta que quedaron solos en el rincón del salón.

Como todos los noviazgos de esa edad el suyo consistía únicamente en pequeños coqueteos y montones de cursilerías. Pero cuando llegaron a los 15 el noviazgo fue más intenso, y más visible.

Era para ellos una relación perfecta, salvo por un detalle: sus padres eran de cárteles diferentes.

Un día el padre de Lizette apareció en el colegio y con toda la prepotencia de que fue capaz le advirtió al director de la secundaria que el noviazgo de su hija con Alonso estaba prohibido.

No explicó las razones, pero no era necesario, todos las entendieron. Tampoco acataron las órdenes, solo fingieron seguirlas. Lizette y Alonso se siguieron viendo a escondidas.

El maestro de matemáticas les hacía el paro y los dejaba estar en el salón a la hora del recreo.

Lo que terminó por separarlos fue una bala, no contra ninguno ellos, sino contra el tío de Lizette que cayó abatido, como tantos otros, en una banqueta de la ciudad.

Lizette y su familia desaparecieron de un día para otro sin dejar huella, como había sucedido al menos en dos ocasiones anteriores. Como todo narco que se precie se fueron a vivir a Estados Unidos, porque eso sí, todos tienen visa, cuando no green card.

Alonso lo sabe, los compañeros lo saben, los políticos lo saben, los diplomáticos saben que en Guadalajara fue.

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