Lunes, 25 de Noviembre 2024
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El podrido Río Santiago

¿Quién sabe lo que es convivir al lado del cadáver llamado Río Santiago?

Por: EL INFORMADOR

¿Quién sabe lo que es convivir al lado del cadáver llamado Río Santiago? ¿Quién inhala 24 horas al día la pestilencia, sobrevive a las temporadas con nubes de zancudos, o sortea animales asquerosos como ratas, por ejemplo? ¿Quiénes padecen sus consecuencias? ¿Quiénes pueden señalar cuáles son los dañinos efectos del acuífero chiquero? En primer lugar, sus víctimas: los habitantes de El Salto y Juanacatlán. Con sus cinco sentidos, con su cuerpo, con sus enfermedades, con su pésima calidad de vida y salud, los vecinos tienen suficientes evidencias de lo que significan casas cercanas o aledañas al verdinegro afluente.

El Salto y Juanacatlán enfrentan un grave problema de salud pública, no de ahorita ni de hace un mes, desde hace décadas. Que se pone cada vez peor, pero al que ni los sucesivos gobiernos federales o estatales, del partido que se desee, han atendido con la seriedad, diligencia y recursos que se requieren.

Al que no contribuyen a su solución ni declaraciones irrespetuosas, como asegurar que se está dispuesto a echarse un “buche” de agua del Río Santiago para demostrar que no está contaminado, ni señalamientos que descalifican a los vecinos que sí saben cuál es la dimensión de lo que ocurre en los fraccionamientos cercanos.

El reciente estudio que presentó la Secretaría de Salud tampoco abona a la solución de los problemas ambientales. La investigación ha sido señalada por académicos de la Universidad de Guadalajara como poco seria y sin valor científico. En pocas palabras, “light”. Colonos de El Salto señalan que está hecha “a modo”, sin indagar a fondo en las tres colonias con mayor contaminación. La visión gubernamental contrasta con lo que señalan los vecinos: la gente se enferma desde infecciones diversas hasta de cáncer de riñón y de piel. Los colonos saben lo que dicen: ahí viven y padecen al muertito sin enterrar; encuestadores ocasionales, no.

El Salto y Juanacatlán padecen las consecuencias del desastre ecológico. Donde antes se pescaba, se bañaban los vecinos, se remaba o se disfrutaba el paisaje, ahora es un sitio podrido, apestoso, repulsivo. Tras recoger durante su trayecto lo que arrojan las cloacas de pueblos y ciudades, primero como Lerma y después como Santiago, y con lo que jala del lastimado Lago de Chapala, el río no está enfermo ni agonizante. Ya murió. Y donde la muerte acabó con un elemento vital de la Naturaleza, como un afluente, los siguientes en resentir las consecuencias son los seres humanos. Los vecinos no se merecen ese presente ni ese futuro.

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