Martes, 26 de Noviembre 2024
México | Crónica de cómo se enteraron del sismo los pasajeros de un avión recién aterrizado

El piloto dijo: ‘En estos momentos tiembla en CDMX’

Crónica de cómo se enteraron del sismo los pasajeros de un avión recién aterrizado en el AICM

Por: EL INFORMADOR

Una de las primeras escenas de edificios derrumbados que se pudieron apreciar en la colonia Roma durante una caminata. EL INFORMADOR / J. Lomelí

Una de las primeras escenas de edificios derrumbados que se pudieron apreciar en la colonia Roma durante una caminata. EL INFORMADOR / J. Lomelí

CIUDAD DE MÉXICO (20/SEP/2017).- El vuelo 40-2209 Guadalajara-México de Interjet aterrizó a las 13:15 horas de este martes 19 de septiembre en el Aeropuerto de la Ciudad de México. El aviso del piloto sustituyó a la tradicional bienvenida. La aeronave se había detenido, pero se sacudía de un lado a otro.

En efecto: temblaba.

“Íbamos a Tapachula”, comentaron un par de señoras agolpadas junto a una multitud afuera de la Terminal 1, en espera de un medio de transporte. Todos los vuelos se habían cancelado. Era sólo el comienzo de una tragedia.

Cada tanto, a lo largo del pasillo de Vuelos Nacionales, se colocaron conos preventivos: los azulejos se habían resquebrajado. “En la Terminal 2 se cayó parte del estacionamiento”, dijo un guardia. “Hay un edificio colapsado en La Condesa”.

Las sirenas comenzaban a escucharse. Una joven lloraba en una esquina, celular en mano, como si no pudiera comunicarse. Pero la inmensa mayoría de los pasajeros se mantenían impávidos, como si fuera otro día normal y no una repetición del sismo de hace 32 años.

Desde ese momento hubo una constante a lo largo de las siguientes horas: todos consultaban su celular obsesivamente, sin distinción, en busca de información, pero en adelante nunca hubo señal telefónica ni de Internet. Aún así, por horas, no dejamos de revisar un aparato inservible.

*

“Aquí se cayó un edificio”. El taxista señaló un inmueble sostenido a medias ¿En dónde estamos? En la Delegación Benito Juárez. En la radio, con algunos cortes en la señal, informaban: la ciudad está colapsada, tráfico y vías completas paralizadas, ya van 19 edificios, sirenas y patrullas por todos lados. Todo preliminar.

Dos horas después llegamos a un hotel cerca de Paseo de la Reforma. No había red, era imposible registrarse. Encargué mis pertenencias y salí a caminar con un profundo desconocimiento de la Ciudad de México.

El espectáculo era paradójico: todos los comercios, locales y negocios estaban cerrados. Parecía un domingo por la tarde, pero las calles estaban llenas de gente caminando como cuando se disipa la multitud que acudió a un desfile. Pero acudíamos a una tragedia. Tres horas después del sismo, no había visto un solo video o imagen en Internet. Salvo las sirenas, los camiones del Ejército, la gente por Paseo de la Reforma en busca de un transporte paralizado.
 
“Dejé el carro aquí en Polanco y mejor estamos caminando”, comentó un joven que se encontró con un grupo. Comencé a poner atención a las conversaciones. “Y ahora a dónde nos vamos a quedar”, preguntó una mujer. “En la secundaria no sonaron las alarmas”, acotó un adolescente.

Caminé por casi una hora hasta que cruzó la calle un convoy de militares, camionetas de la Policía Federal, motocicletas con sirenas y camiones de emergencia –quizá el más numeroso que he visto en mi vida en una situación real–.

“Van a la Roma”, escuché.

Enfilé hacia ese rumbo.

*  
Una camioneta tipo Van pasó frente a mí abollada de un lado, con el parabrisas resquebrajado, cubierta de tierra y piedras. “¿Están bien?”, les preguntó uno de los cientos de ciudadanos que en ese punto, a unas cuadras de la Colonia Roma, ordenaban el tráfico.

Intenté fotografiar al vehículo, pero avanzó más rápido. Lo perseguí corriendo durante casi tres cuadras hasta que dio vuelta en la calle Burdeos, en la Colonia Juárez, y se detuvo frente a un portón. Su tripulante, desconcertado, comenzó a bajar sus pertenencias agolpadas en toda la cabina.  

El dueño era Uriel, un ingeniero en sistemas. Parte de su estudio en la Colonia Roma se había derrumbado y cayó sobre su auto. Rescató lo que pudo. “Esto no es nada. En La Roma es un desastre”. Reencaucé rumbo otra vez.

El azar y la coincidencia no podían ser más atroces. El primer punto cerrado que me topé en "La Roma" fue en la calle Puebla, mismo nombre de una de las entidades más golpeadas por los recientes sismos en México.

“Aquí ya no se necesitan voluntarios, vayan más allá”, dijo un ciudadano que impedía el paso. Lo interrogué: un tumulto de gente se agolpaba al fondo de la calle. Era un edificio de varios pisos, cuatro, cinco o seis quizás. Era un laboratorio. “Hay decenas de trabajadores enterrados allí”, dijo el hombre.

“Estoy ciego, no he visto ninguna imagen o video del sismo”, le había dicho momentos antes a un colega en una de las pocas llamadas que pude hacer. Recordar la frase en ese momento me causó una especie de náusea y vergüenza ante la crudeza y realidad de tener, a unos metros, a cientos de personas enterradas vivas.

Hasta ese momento comprendí en dónde estaba parado.

EL INFORMADOR / Jonathan Lomelí

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