Martes, 01 de Octubre 2024
México | HISTORIAS DE REPORTERO POR CARLOS LORET DE MOLA

El campamento en Haití

Era el amanecer del sábado y el ácido humor de un reportero es bálsamo para lo que ven los ojos

Por: EL INFORMADOR

Cuál habrá sido el aroma de esa tienda de campaña —ocho reporteros, una reportera más dos repatriables en un espacio de cuatro por cuatro—, que al despertar del tercer día sin bañarse un colega exclamó: “Aquí huele peor que en la morgue”. Era el amanecer del sábado y el ácido humor de un reportero es bálsamo para lo que ven los ojos.

“Ya están listos los chilaquiles, compañeros”, soltó otro que había ingerido una lata de atún y unos tragos de agua por día, como todos en el grupo de enviados especiales mexicanos a Puerto Príncipe, que se despabilaba tras pasar la noche a un lado de la pista del aeropuerto de Haití, separados del pasto por un delgado plástico y sin bolsa de dormir o cobijas que hicieran más llevadera la necesidad de conciliar el sueño. La experiencia de José Luis, de “El Universal”; los buenos envíos de madrugada de Víctor Hugo y Liz, de “Milenio”; el tino de Benito, de “Reforma”; la claridad de Aponte, de “W”, y los hermanos en todas: Pliego, Fogón y Paul, de Televisa (y Radio Fórmula).

El aterrizaje tan cerquita de los aviones despertaba al más roncador, resignado a cerrar los ojos fuerte y clamar conforme se sentían más cerca las turbinas: “Que frene, que frene, que frene”.

A un lado, una tienda de campaña —similar en forma y hacinamiento, para los funcionarios públicos y topos de la delegación mexicana— que consiguió el capitán Caballero, marino que debería ser negociador, pues nomás aterrizó entendió que había que cambiar con los españoles agua por techo, e hizo de un terreno baldío un lugar habitable que abrió sus puertas a todo aquel con pasaporte nacional. El aeropuerto y un par de hoteles eran los únicos sitios avalados como “seguros”.

Hasta consiguió una tienda individual para Ana Hill, directora de Protección Civil y nombrada por el Gobierno como cabeza del equipo (sorprendentemente peinada y pulcra, a pesar del paso de los días), quien logró que México entrara al terreno de rescate mucho más pronto que otras naciones.

Héctor Uribe, de Cancillería, usó diplomacia fina para que los islandeses del campamento de al lado no profundizaran la mexicanísima mentada de madre, porque el generador de corriente de nosotros hacía más ruido que Noroña en la Cámara y se quedaba prendido hasta después del programa de Denise Maerker.

Quién sabe cuál es la moneda haitiana. Allá todo mundo cobra en dólares: 200 por medio día de taxi con un señor que hablara inglés o español y fungiera de guía, 100 por un bidón de gasolina, agua más cara que en un servibar de hotel cinco estrellas, pero nada más costoso que el desesperante pánico de los Cascos Azules de la ONU que ordenaban abandonar la ciudad al atardecer, argumentando una inseguridad que nunca pudimos corroborar quienes nos quedamos hasta las dos de la madrugada en una plaza llena de damnificados, sin vigilancia policiaca. Su miedo a que las delegaciones salieran del aeropuerto a rescatar o curar enfermos sin guardias dejó correr la tragedia… y no era para tanto.

Desde aquí, un abrazo a los colegas que siguen por allá, cubriendo la tragedia. Ésta es simplemente una historia de reporteros.

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