Viernes, 29 de Noviembre 2024
México | POR MARÍA PALOMAR

De lecturas varias

Cuando se escribe con éxito un género indiscutiblemente urbano como la novela policiaca es inevitable dar el pulso de la ciudad cuyo talante va dibujándose en la imaginación

Por: EL INFORMADOR

María Palomar.  /

María Palomar. /

In memoriam Esteban Wario

Ya desde mucho antes de ser aplastado por la trilogía de Larsson el lector de novelas policiacas sabía que las trepidantes vidas de los suecos carburan a base de café y sángüiches, dato fácilmente comprobable por lo menos desde el comienzo de las aventuras del inspector Martin Beck (en Roseanna, de Maj Sjöwall y Per Wahlöö, 1965). Pero entre la información de primera importancia que aportan los protagonistas del género negro no sólo están las peculiaridades gastronómicas, que darían para un interesante análisis comparativo (donde los nórdicos quedan derrotados de entrada y Pepe Carvalho y su pariente Salvo Montalbano se disputarían el segundo lugar de la guzguería después del imbatible Maigret), sino los paisajes que también acaban por configurar, y sobre todo el plano de una ciudad que va resultando cada vez más familiar para el lector, independientemente de que haya jamás estado ahí o no.

Cuando se escribe con éxito un género indiscutiblemente urbano como la novela policiaca es inevitable dar el pulso de la ciudad cuyo talante va dibujándose en la imaginación. El comisario Brunetti se mueve en vaporetto y góndola, o corretea por los estrechos callejones entre los campi de una Venecia tan meticulosamente retratada como en un Canaletto. En cambio, el pueblo de Montalbano es tan chico y tan anodino que el radio de acción del comisario abarca buena parte de Sicilia; por su parte, Dalgliesh, aunque su base está en Londres, suele moverse por toda la geografía británica, con cierta predilección por islas y lugares costeros.

En ese universo policiaco uno de los productos más honestos y de un realismo inclemente son las novelas de Petros Márkaris. Su comisario Costas Jaritos no podría ser más griego, ni su Atenas más caótica y desquiciada que la real. Jaritos no es un refinado como Carvalho, que quema libros (pero libros que ha leído), o como Morse, gran amante de la música.

Su única pasión profana son los diccionarios. Circula por la ciudad dando cuenta detallada de sus trayectos y de los atascos y embotellamientos constantes. Come bien, como suelen hacerlo los griegos; adora a su única hija, tiene una mujer sumamente neurótica que es buena cocinera a la usanza tradicional y una debilidad particular por los suvlakia. Se agradecen en Márkaris un ritmo y una extensión más pausados y generosos que los de Camilleri, por ejemplo, cuyas novelas siempre parecen acabarse demasiado pronto. Hay hasta la fecha seis novelas del comisario Jaritos traducidas (regular) al español y publicadas por Tusquets. Márkaris, nacido en 1937 en Constantinopla, es una revelación tardía como novelista policiaco, pues sólo comenzó a escribir después de largos años como traductor del alemán (Brecht, Goethe) y como guionista de las (por lo general aburridísimas) películas de Theo Anguelópulos.

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