Lunes, 25 de Noviembre 2024
México | POR MARÍA PALOMAR

De lecturas varias

Siempre los príncipes necesitaron de los poetas para cantar las glorias del reino, como Augusto a Horacio con su Carmen Saeculare

Por: EL INFORMADOR

María Palomar.  /

María Palomar. /

El 1º de julio la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos nombró Poeta Laureado a W.S. Merwin, que a sus 82 años ha recibido ya casi todos los premios que puede esperar un poeta en su tierra (dos veces el Pulitzer, entre muchos otros).

No sería arriesgado decir que es el mayor poeta vivo de su país y que los lauros oficiales le corresponden por derecho propio.

Con los laureles de Apolo se coronaba en Grecia a los poetas.

Desde la época de Jacobo I existe en Inglaterra el puesto de Poeta Laureado, aunque claro está que la mayoría de las cortes tenían, desde muy atrás, alguna figura equivalente, oficial o no.

Siempre los príncipes necesitaron de los poetas para cantar las glorias del reino, como Augusto a Horacio con su Carmen Saeculare.

Antes de que se impusiera la noción romántica y absurda de que la poesía de encargo carece de valor (juzgado con quién sabe qué criterios), las ceremonias cívicas, las conmemoraciones de la historia patria, la muerte de algún prócer y muchas otras fechas importantes en la vida de la comunidad iban necesariamente acompañadas de poesías alusivas, para lo cual a veces se abrían concursos.

Sor Juana y Sigüenza, por ejemplo, escribieron muchas veces para esas circunstancias, y no por cierto poemas desdeñables.

Los gringos, que tienen muchas cosas buenas e inteligentes que no les copiamos, desde hace varias décadas nombran por uno o dos años un poeta laureado que funge  como consultor en temas literarios para la Biblioteca del Congreso, escribe poemas que son leídos en distintas ceremonias y se dedica a promover y difundir la poesía.

Quién sabe qué tanto se prodigará Merwin en esas actividades, porque es casi ermitaño: vive en Hawai en el campo, escribiendo y cuidando un gran terreno donde siembra y protege variedades de palmeras y otras plantas en peligro de extinción.

William Stanley Merwin nació en Nueva York en 1927. Ganó una beca para estudiar en la Universidad de Princeton y luego durante varios años vivió en España, Francia e Inglaterra.

En Mallorca fue preceptor del hijo de Robert Graves. Cercano a Eliot, a Pound, a Auden y a John Ashberry, su escritura es inconfundiblemente personal, lírica y a veces misteriosa, con frecuencia autobiográfica.

Es una voz culta y discreta, clásica y cosmopolita, pero que a veces tiene las resonancias de Whitman y su pasión por la visión de las cosas de su país, sobre todo en la época de la guerra de Vietnam, pero también en muchos poemas de la vida cotidiana: momentos al parecer banales que su poesía, al registrarlos, hace memorables.

Siempre es un lujo para los lectores del New Yorker encontrar en sus páginas algunos versos nuevos de Merwin.

Merwin ha publicado traducciones, obras de teatro y veintitantos volúmenes de poesía.

Curiosamente no ha recibido ningún premio en tierras hispánicas, que merecería más que muchos por su gran trabajo de traducción de obras importantes: desde el poema del Cid y el Lazarillo hasta Huidobro, Lorca, Neruda, Borges y Sabines.

También ha traducido clásicos franceses, italianos y latinos.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones