Viernes, 29 de Noviembre 2024
México | POR MARÍA PALOMAR

De lecturas varias

Ixca Farías (Juan Farías y Álvarez del Castillo, 1873-1947) fue un personaje memorable y memorioso al que debemos, entre otras cosas, la fundación del Museo del Estado

Por: EL INFORMADOR

María Palomar.  /

María Palomar. /

Ixca Farías (Juan Farías y Álvarez del Castillo, 1873-1947) fue un personaje memorable y memorioso al que debemos, entre otras cosas, la fundación del Museo del Estado. Formó parte del Centro Bohemio y había estudiado pintura en París y en el Art Institute de Chicago. Fue maestro de muchos artistas, como Raúl Anguiano. Ninguneado como pintor (si se busca en “Google imágenes” se ve que no sólo en su tierra no es profeta*), también han pasado al olvido sus escritos: no existen más que en unas pocas bibliotecas sus libros Biografías de pintores jaliscienses, Artes populares o Como me lo contaron te lo cuento. El único que se ha salvado de esta general invisibilidad es Casos y cosas de mis tiempos, que todavía puede comprarse en la segunda edición del Ayuntamiento de Guadalajara y Editorial Ágata (1992).  

Casos y cosas es una serie de artículos publicados originalmente en El Informador. Sin pretensiones de hacer historia ni exponer ninguna idea trascendental, son pequeñas crónicas amables de sucesos y cosas tapatíos desde la década de 1880 hasta la de 1940. Ahí se ven desfilar personajes variopintos, conocidos y anónimos, de aquella época; se recuerdan los dichos, las modas y mil detalles efímeros y se evoca una ciudad que es y no es la que todavía existe.

Algunas crónicas son particularmente regocijantes, como la del viaje que hizo el autor en compañía del padre Severo Díaz para observar el eclipse de sol del 10 de septiembre de 1933 (a las 2 pm). Llegar al remoto poblado de Yervanís, Durango, significó un complicadísimo trayecto ferroviario de varios días: vía Irapuato, donde tomaron el tren del Norte para llegar después de otro cambio a Sombrerete y, luego de otro más, por fin a su remoto destino. Don Severo, claro está, cargaba con su instrumental científico.

En Yervanís habían acampado los astrónomos llegados de distintas partes del mundo, pero aquello se convirtió en un desastre:
El día del eclipse salieron excursionistas de Torreón y Durango, se organizaron días de campo, todo el gobierno civil y eclesiástico y un destacamento de fuerzas federales se encontraban en ese lugar; se instalaron cantinas y fondas y se hizo una especie de verbena como la de Atemajac, y a la hora del fenómeno se recibió éste con gritos, balazos, pitazos de locomotora, músicas: en fin, un ruidal de todos los diablos, y los pobres astrónomos no podían oír las indicaciones para sus trabajos.

Con aquel gentío y en tal desorden, al pobre de don Severo se le desnivelaron todos los instrumentos, y la mujer de uno de los astrónomos gringos, que “estaba trepada sobre una armazón tomando cinematógrafo del eclipse pierde el equilibrio y se viene al suelo”.

Ojalá se vuelvan a publicar los otros trabajos de Ixca Farías. Y ojalá que la siguiente edición de Casos y cosas se haga con suficiente cuidado para eliminar las evidentes y numerosísimas erratas y faltas de ortografía que tiene la que existe.

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