Viernes, 29 de Noviembre 2024
México | POR MARÍA PALOMAR

De lecturas varias

Entre los escasos gustos que ofrecen por estas fechas los periódicos a sus lectores está hallar una vez por semana los artículos de ciertos colaboradores

Por: EL INFORMADOR

Entre los escasos gustos que ofrecen por estas fechas los periódicos a sus lectores está hallar una vez por semana los artículos de ciertos colaboradores: vienen a la mente nombres como Sheridan, Villoro, González de Alba, Xavier Velasco, David Huerta y pocos más. Los miércoles toca el turno a Eliseo Alberto, que tiene esa voz no fácilmente definible pero sí muy distinguible que caracteriza a los escritores cubanos, con cierta melancolía que recuerda la obra de su padre y con esa simpatía tan peculiar.

Algo especial tienen los nativos de la isla. Y no sólo los grandes-grandísimos, los Lezama, Carpentier, Diego, sino en general. Una muestra de tantas es una novela larga y entretenida de hace un par de años: Chiquita, de Antonio Orlando Rodríguez (que ganó el premio Alfaguara en 2008; pero bueno, es un premio tan desacreditado que ni para qué mencionarlo). Chiquita, que es todavía una novela primeriza a la que le sobran buen número de páginas (¿dónde se han ido los editores profesionales?), se sostiene y sostiene la atención del lector porque la inverosímil protagonista es simpática y porque también lo son los ambientes y personajes que la rodean. Sobre todo la descripción de la ciudad de Matanzas en las postrimerías de la época colonial, que en Cuba significa algo muchísimo más reciente que en México. Allá lo colonial puede incluso designar cosas que aquí llamamos porfirianas, porque cuando los gringos comenzaron su inicua guerra contra España, don Porfirio llevaba ya sus buenos veinte años mandando.

Se vale mencionar junto a estos escritores al mexicano Gonzalo Celorio, cuya madre era habanera y que en Tres lindas cubanas (2006) rastrea la historia de esa parte de su familia y también cuenta con su estupenda prosa episodios autobiográficos interesantes, a veces regocijantes, como el viaje a la isla en la improbable comitiva del secretario de educación Bravo Ahúja, que incluía también al personajazo que era Carlos Pellicer (al preguntarle si iba a ir a una fiesta en casa de Nicolás Guillén, contesta: “No, porque Nicolás va a empezar a decir sus poemas y yo ya estoy muy viejo para bailar”). Ésos eran los tiempos folclóricos de Echeverría y las giras multitudinarias y enloquecidas por el planeta, como aquélla, célebre, a Pekín que ilustró Abel Quezada.

Qué bien escribe Celorio, y qué cubano resulta en ese libro híbrido, en parte crónica de viaje, en parte historia familiar, en parte ensayo literario. Su madre y sus dos tías son personajes redondos, tan importantes como los grandes literatos a los que rinde homenaje: Carpentier, Diego, Lezama, Dulce María Loynaz.

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Muchas felicidades a Jorge Esquinca por el homenaje que le dedicó la Feria del Libro del municipio de Guadalajara. Merecido y agradecible.

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