Domingo, 19 de Enero 2025
México | LIBRE DIRECTO POR JAIME GARCÍA ELÍAS

— ''¡Santo súbito...!''

Por supuesto, hay sombras intensas en el largo pontificado de Juan Pablo II de los propios creyentes en temas como el control de la natalidad y la fecundación artificial

Por: EL INFORMADOR

Jaime García Elías.  /

Jaime García Elías. /

Se dirá que el Vaticano no tiene por qué quedarse --en ese aspecto, al menos-- al margen de la regla suprema de la mercadotecnia: “Al cliente, lo que pida”...  Así, si el vocerío generalizado, el día del sepelio del papa Juan Pablo II, llevó tono de demanda y consistió en que se le proclamara “¡santo súbito!” (santo ya), su sucesor, Benedicto XVI, hoy, podría responder a la multitud que se reunió aquel día en la Plaza de San Pedro: “¿Así, o más rápido...?”.

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Por supuesto, hay sombras intensas en el largo pontificado de Juan Pablo II: su hermética cerrazón a los argumentos --e incluso a las prácticas generalizadas-- de los propios creyentes en temas como el control de la natalidad y la fecundación artificial; la intransigencia al clamor de virar gradualmente el timón de la Barca de Pedro, para que el celibato sacerdotal sea una opción y no una obligación (un “voto”, en el vocabulario canónico) que cuando se viola, como ha ocurrido tantas veces en los últimos años, da lugar a escándalo; su férrea determinación, tantas veces probada en el cuarto de siglo que duró su pontificado, de cerrar las ventanas que Juan XXIII quiso abrir “para que entrara aire fresco a la Iglesia” (el fallido “aggiornamento”) al convocar al Concilio Ecuménico Vaticano II; anecdóticamente, su ingenuidad --a partir del discutible presupuesto de que no tenía entonces la suficiente información-- sobre el “caso Maciel”: etc.

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Sin embargo, puesto que la Iglesia establece que la perfección es inaccesible para los humanos y no es, por ende, “conditio sine qua non” para beatificar o canonizar a un semejante, y que las virtudes de Juan Pablo II, “ejercitadas en grado heroico”, están por encima de las sombras de su pontificado y aun de sus imperfecciones personales, queda la secuela: el buen deseo de que la elevación a los altares genere la imitación de las virtudes del santo o beato. En el caso, el carisma; la calidez de su talante; la facilidad para comunicarse con las multitudes; la humildad, que lo llevó a reconocer públicamente y a pedir perdón, reiterativamente, por muchos de los pecados que la Iglesia --reacia, hasta entonces, a reconocerlos-- ha cometido, en desdoro del mandato evangélico y en detrimento de la especie humana, a lo largo de la historia...

De hecho, algunos que ahora, en vísperas de la beatificación, se jactan de la “cercana relación” que tuvieron con Juan Pablo II, harían bien, como quiere la Iglesia, en imitarlo en su sencillez y su prudencia... y en demostrar, en fin, que, a fuerza de tanto convivir con él, algo le aprendieron.

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