— Puntualicemos...

Un célebre editorial de EL INFORMADOR, en los turbulentos años de la “guerra cristera”, llevaba, precisamente, ese encabezado: “Puntualicemos”...
Viene al caso por la noticia —si es que alcanza ese rango— de la semana pasada, anticipada desde mediados del mes anterior: el incremento, de cinco a seis pesos, en las tarifas del transporte público en la Zona Metropolitana de Guadalajara.

Habida cuenta de que la reacción popular, como de costumbre, fue de malestar, cuando no de enojo, conviene, en efecto, puntualizar...

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La inconformidad de los usuarios se apoya en argumentos contundentes, relacionados con la calidad del servicio: sobre todo para los sobrevivientes de épocas en que Guadalajara —a despecho de la negra leyenda urbana que envolvía principalmente a los “choferoces” de la línea Analco-Moderna— se preciaba de tener un buen sistema de transporte urbano, es evidente que el calificativo a la medida para el sistema actual sería de “peor es nada”. La letanía de quejas de los usuarios habituales, es del dominio público: las unidades son insuficientes; los conductores, castigados en el bolsillo por un esquema en que sus ingresos dependen, en buena medida, del boletaje que venden y espoleados por un sistema implacable de tiempos y derroteros, con horarios inhumanos, son, en consecuencia, la personificación misma de la descortesía con los pasajeros y con los demás conductores, y del desdén a las leyes de tránsito.

Sin embargo, las tarifas son una cosa; la calidad del servicio, otra muy diferente. Las primeras se limitan a considerar el costo del servicio (valor de las unidades y gastos fijos de operación: insumos, mantenimiento, salarios, gastos de administración...) y un margen razonable de utilidad. La otra tiene que ver, en parte, con los particulares a los que se concesiona un servicio público..., pero principalmente a la supervisión sistemática que la susodicha autoridad debería tener con respecto a condiciones de operación de las unidades, pertinencia de las rutas, frecuencia de paso de los camiones y profesionalismo de los conductores.

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Para paliar el impacto negativo que genera, cada vez que se produce, la noticia de una nueva alza en las tarifas, la autoridad suele escudarse en una serie de supuestas condicionantes para otorgar el incremento. Sin embargo, una vez que el incremento en el pasaje se incorpora a los hábitos sociales, la autoridad se vuelve sistemáticamente omisa para hacer su tarea.

Puntualicemos, pues: el transporte público en la Zona Metropolitana de Guadalajara cuesta lo que debe costar. Y es malo —categóricamente malo— porque ha faltado gobierno para hacer cumplir (con multas... o, incluso, con la revocación de los permisos) los requerimientos básicos de un servicio público. Punto.