— Precandidato habemus

Hace tanto tiempo que los habitantes de este país (“tan lejos de Dios... y tan cerca de los Estados Unidos”) no disfrutan las mieles de que un jalisciense ocupe la primera magistratura del país, que no sólo parece lógico, sino, incluso, justo y necesario que a alguien se le prendiera el foco y decidiera jugar el albur.

Conforme a la ley de probabilidades, sus perspectivas son, a priori, considerables. Conforme a sus méritos para saltar de la condición de simple ciudadano a la de precandidato, y de ahí a la de candidato, y de ahí a la de Presidente de la República, es cuestión de ponderarlo.

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Por supuesto, el asunto trasciende al simple ejercicio de pizarrón...

Más allá de la teoría, al gobernador de Jalisco —no se sabe si de manera espontánea o inducida— le han preguntado varias veces en las últimas semanas si aspira a la candidatura del PAN a la primera magistratura.

 Se ignora si la primera vez que le dispararon esa pregunta de opciones múltiples, sin darle tiempo a considerarlas, se decantó por la franqueza y respondió que cómo creen, que qué esperanzas, que “Vade retro, Sátana”, que de ninguna manera, que Dios nos libre, que sería indigno de tan alto honor y de tamaña responsabilidad...

Sí se sabe que las siguientes veces, advertido de que “el que se mueve no sale en la foto”, se refugió en un ambiguo —si es que los políticos profesionales saben de ambigüedades— “no me descarto”.

Los maliciosos podrían refrescar el catálogo de los pecados públicos del “suspirante” para descartar sus posibilidades de hacer realidad sus sueños... y los de quienes quisieran seguirlo teniendo como el “buen árbol” del proverbio, que los siguiera cobijando bajo su sombra generosa.

Ignoran, aquéllos, que un pecador, por contumaz que sea, siempre tendrá la opción del examen de conciencia, el sincero dolor de sus culpas... y el propósito de enmienda.

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Por lo pronto, si el IFE prohibe que los promocionales del gobernador de Jalisco se sigan difundiendo en otras entidades y eventualmente impone una penalización por ese delito, y si quienes quisieran —como decían Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna, padres ideológicos del panismo— que la moralidad fuera un presupuesto del ejercicio gubernamental, condicionarían la promoción personal de los aspirantes a seguir trepando (más por audacia que por capacidad probada... al menos en ciertos casos) en la escala del poder, a que lo hicieran con los recursos que se asignan a los partidos y no con el presupuesto oficial, queda el consuelo de que la multa que eventualmente se imponga, también se paga —faltaba más...— con dinero del pueblo.