— Jarritos de Tonalá

“Bonitos y sentidos... como jarritos de Tonalá”. La metáfora suele utilizarse para aludir a personas extremadamente sensibles con respecto al “qué dirán”; (a personas, como luego dicen, con “complejo de monedita de oro”).

*

Reacción típica de ese tipo de personajes: en días pasados, una declaración del aún flamante presidente municipal de Guadalajara, Jorge Aristóteles Sandoval, “pisó callos”: en el entendido de que embarcarse en la polémica relacionada con los proyectos de movilidad urbana para la Zona Metropolitana de Guadalajara es como bailar en una pista enjabonada, Sandoval se salió —diría el ranchero— “por la menguante”. En vez de pronunciarse, abiertamente, en cualquier sentido, el alcalde ofreció encargar un estudio técnico a varios “expertos” estadounidenses y europeos... La consecuencia inmediata fue un clamor de indignación de varios “urbanistas” locales. “Discriminación” y “menosprecio” fueron algunos de los vocablos que utilizaron para definir —desde su personalísima perspectiva, obviamente— la preferencia de la autoridad en turno, a priori, por técnicos extranjeros... En aval de su santa ira, esgrimían sus antecedentes: participación en el diseño de las rutas actuales del transporte urbano; colaboración en el proyecto (costoso y fallido, por cierto: un monumento al aborto conceptual) de las rutas ortogonales; asesorías a funcionarios públicos de todos los niveles, interesados en liberar a Guadalajara de uno de sus pecados capitales más notorios, y que todos los días pasa factura a la mayoría de sus habitantes...

*

Claro: se dirá que los proyectos en que han colaborado los urbanistas y demás “expertos” tapatíos en materia de transporte público, no eran malos; que su eficiencia en otras ciudades demuestra su viabilidad. Se dirá que el deterioro sistemático de la movilidad urbana y la arterioesclerosis galopante —valga la paradoja— de las “vialidades” citadinas, han sido, por sobre todas las cosas, consecuencia de la incapacidad de las autoridades para anteponer los criterios técnicos y el beneficio de la generalidad de los tapatíos de a pie —o de camión—, a los intereses particulares (a la miopía y al criterio centavero, para decirlo en cristiano) de los concesionarios de lo que esencialmente es —o debería ser— un servicio público.

Lo que sigue, por supuesto, al margen de la urticaria que la referida declaración del alcalde causó a urbanistas y demás “expertos” locales, es, primero, que el prometido “estudio técnico” se realice; segundo, que se someta, en efecto, al escrutinio de los autoproclamados “especialistas” domésticos en esa materia; y tercero, que en la que quizá sea la última llamada del destino antes de que los colapsos viales (en la más dramática de sus acepciones) pasen a ser crónicos —es decir, cotidianos—, quienes cobran por dizque gobernar, hagan su chamba.