Lunes, 20 de Enero 2025
México | LIBRE DIRECTO POR JAIME GARCÍA ELÍAS

— ¡Huy, el laicismo...!

Dice Fernando Savater que ‘‘la ceguera pasional lleva a muchos a tomar por enemistad diabólica con Dios el veto a ciertos sacristanes y demasiados inquisidores’’

Por: EL INFORMADOR

Dice Fernando Savater que “la ceguera pasional lleva a muchos a tomar por enemistad diabólica con Dios el veto a ciertos sacristanes y demasiados inquisidores”.

Viene a cuento la frase por la iniciativa de reforma al Artículo 4o. de la Constitución, aprobada (la iniciativa; la reforma aún no) en comisiones de la Cámara de Diputados, y enfocada a agregar una palabra al texto vigente hasta hoy. Ya reformada, la norma diría así: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica —ésa sería la novedad—, federal, compuesta de estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, pero unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental”.

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Aunque se trata de una palabrita de apenas cinco letras, que remite —como precisa la Real Academia— a “la doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa”, no se requiere demasiada perspicacia para anticipar que los debates en la cámara baja serán un estupendo pretexto para que se desentierren hachas de guerra a las que algunos ingenuos daban por sepultadas desde hace años y felices días.

Por supuesto, no hay tal. Es en vano que el maestro Juventino Castro y Castro, ministro retirado de la Suprema Corte de Justicia, aclare que la laicidad consiste, simple y llanamente, en “actuar con independencia de cualquier criterio religioso”. Es ocioso que Hugo Valdemar Romero, vocero del Arzobispado de México, admita que “es sano un Estado laico” y que en la laicidad va implícita la pluralidad, entendida como el respeto de todas las creencias... o increencias. Otra cosa sería imponer restricciones al derecho de quienes profesan cualquier tipo de creencias, a recibir orientaciones de sus guías espirituales, y de éstos a pronunciarse en uno u otro sentido en el ámbito de su competencia.

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Vaya: una vez que el incipiente debate prenda en la sociedad, ni siquiera la sentencia evangélica que conmina a dar “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21) evitará una nueva guerra fratricida, aunque esta vez —¡ojalá!— sin derramamiento de sangre, entre quienes se ostentan como herederos ideológicos de liberales y conservadores del siglo XIX... ¿Por qué? Porque en México, independientemente del tema de que se trate, difícilmente se dan las condiciones para un debate serio, respetuoso, constructivo, de altura..., y sí, en cambio, cualquier controversia sirve de  pretexto para dar, metódicamente, los pasos que van de la descalificación al agravio... y, ya metido en gastos y a la voz de “¡Jijo el que raje!”, a lo que venga.

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