— Encuestas

Decía un tal Fuller —historiador y teólogo protestante inglés del siglo XVII—, que “Las muchedumbres tienen muchas cabezas y poco cerebro”. Sin embargo, cuando algunos ciudadanos trepan a los cargos públicos en función de pactos que hacen, como candidatos, con los potenciales electores, éstos, que necesariamente tienen que ser muchos, se tornan poderosos.

Pregúnteseles, si hay alguna duda al respecto, a quienes hoy en día gobiernan los tradicionales municipios de la Zona Metropolitana de Guadalajara.

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Los partidos políticos suelen hacer dos clases de encuestas: las que se difunden... y las de consumo interno. Las que se hicieron, de estas últimas, en el Partido Acción Nacional a raíz de las elecciones de julio pasado, en las que el pueblo le retiró el voto de confianza que le había entregado en los comicios de 1994 y refrendado —en general— en las siguientes elecciones, se buscaban las razones del sonoro soplamocos que la ciudadanía le dio en las urnas. Una de ellas fue la cerrazón de los panistas a colocar todos los huevos en la canasta del Macrobús como la panacea que solucionaría los cada vez más graves problemas de movilidad urbana. En contrapartida, la apertura —para efectos de discurso de campaña, al menos— a someter las alternativas al veredicto de la opinión pública, fue un punto a favor de los candidatos priistas.

La semana pasada, el tema del Macrobús fue noticia en dos frentes: por un lado, el tono triunfalista del oficialismo a partir de una verdad a medias: los beneficios que recibe la mayoría de los pasajeros; por el otro, las manifestaciones de vecinos de Zapopan, Guadalajara y Tlaquepaque para presionar a los alcaldes al efecto de que las decisiones que se tomen en esa materia sean —como ofrecieron cuando cambiaban las lentejuelas de las promesas por el oro de los votos— verdaderamente democráticas; es decir, derivadas de una consulta pública más creíble que las encuestas y sondeos patito que hasta ahora se han realizado, y que muestran la punta del iceberg —las bondades del sistema— pero sistemáticamente (¿dolosamente...?) ocultan el resto: las imperfecciones; los perjuicios que causa a quienes no son usuarios pero tienen que convivir con él; las afectaciones al comercio; la devaluación de las propiedades en las arterias por las que circula; el deterioro de la calidad de vida de los vecinos...

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El quid del asunto —subrayémoslo— estriba en que, en esta materia que lo afecta directamente, el ciudadano quiere verse en un espejo que retrate fielmente su voluntad, porque ya aprendió que los políticos dominan dos maneras de burlar a la verdad: una, con viles mentiras; otra..., con encuestas.