Sábado, 23 de Noviembre 2024
Jalisco | SEGÚN YO

Viciosos y apaleados

Por: Paty Blue

Por: EL INFORMADOR

No me cansaré de maldecir la hora en que pesqué el inmundo vicio y palabrotas me harían falta para distinguir al grupillo de compañeras que me indujeron a imitarlas, cuando denostaba yo el frenesí con que buscaban el momento de salir de la escuela y encender el primer cigarro. Tarde se les hacía treparse al carro con rumbo a la nevería Chapultepec, con tal de comenzar a rolar los pitillos para aspirarlos con una denodada fruición, como si el aire puro les lastimara los pulmones y necesitaran contaminarlos de inmediato.

Si les parecía yo tan fresa, timorata, miedosa y carente de mundo, como en más de alguna ocasión me adjetivaron, no me explico por qué me insistían en que las acompañara y de brincos dieron el día que, por fin, lograron hacerme caer en las garras del tabaco y en una tanda de estertores bucofaríngeos provocados por un esófago renuente a ser ahumado.

Lo que sobrevino con los años no puedo adjudicárselos a esas compañeras cascabeleras que sabrá Dios para dónde habrán ganado, sino a mi temple compulsivo y mi carencia de esa férrea voluntad que se necesita para abandonar el vicio. No objeto, sin embargo, el derecho que otros tienen a que el aire que les circunda se pueda atascar de polución, partículas contaminantes, smog y emanaciones gaseosas de toda índole, pero nunca provenientes del cigarro de un prójimo porque eso, aseguran con la contundencia de un científico laureado con el Nobel, los daña más que al propio fumador activo. En pocos términos, soy fumadora, pero no necia ni empecinada en que otros soporten las humaredas que provoco, sólo por si acaso fuera cierto eso de que los virtuosos fumadores pasivos me pudieran aventajar con rumbo al enfisema.

Pero nunca, como hace unos días, estuve tan cerca de rehabilitarme del tabaquismo y no precisamente por mi infectada voluntad, sino por las puntillosas leyes de los impolutos gringos, en cuyas tierras me instalé por dos semanas. Sin contar con que el precio de sus cigarrillos (el triple del costo local) es una descarada provocación para dejar el vicio, los sitios que destinan para los adictos son tan escasos como infames.

Así pude comprobarlo cuando en uno de sus famosos parques temáticos localicé, en un mapa de un titipuchal de hectáreas, uno de los cuatro puntos permitidos para desfogar el largamente contenido impulso de lanzar volutas al aire. No hubiera pensado encontrarme un cheslón para tirarme como Sara Montiel cantando aquello de “fumando espero al hombre que yo quiero”, pero tampoco aquel lejano y solariego resquicio inmundo e insalubre que, cual reserva ominosa o anticipo del purgatorio, ofrecen al fumador para que, estrictamente de pie y rapidito, vaya expiando su culposo hábito. Y con toda seguridad, en México pa allá vamos.
No tengo razones para defender a los de mi calaña, pero sí para afirmar que, aun convertidos en un atentado semoviente contra los virtuosos o en una supuesta amenaza contra la salud pulmonar ajena, tenemos una humeante dignidad que valdría la pena tomar en cuenta porque no somos unos delincuentes ni debemos vernos forzados a asumir la condición de adictos en busca de un rincón. Y que me perdonen los íntegros, probos y puros, pero los fumadores estamos enfrentando un legítimo y genuino acto de discriminación.

patyblue100@yahoo.com

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