Domingo, 24 de Noviembre 2024
Jalisco | Por: Isaac de Loza

Una hoja de acero asestada contra el cuello de su madre

LA CRÓNICA NEGRA

Por: EL INFORMADOR

Sin miramientos y aludiendo a un severo desequilibrio mental como excusa para actuar, Rafael Valdés Moreno relató ante el fiscal de la Procuraduría estatal la forma en la cual asestó con firmeza 30 centímetros de hoja metálica contra el cuello de su madre, una anciana de 76 años. Contrario al destino que por todos lados se le auguraba —dado el evidente trastorno psicológico que mostró ante la prensa al expresar abiertamente la saña con la cual apuñaló en repetidas ocasiones a su progenitora— la fiscalía resolvió consignarlo y recluirlo en Puente Grande.

El desayuno del 3 de diciembre pasado en la casa signada con los dígitos 408 de la calle Johannes Brahms, en la colonia La Estancia, transcurrió sin mayores sobresaltos para las tres personas que ahí se encontraban. A pesar del impulso agresivo del que Rafael constantemente hacía gala, la presencia de su tía en el inmueble inhibía su violenta actitud, por lo menos mientras ella se encontraba en sus proximidades.

Paradójicamente, la pasividad inducida por la hermana de su madre y un par de píldoras antidepresivas no se veía manifestada cuando la propia autora de su existencia, Concepción Moreno Pérez, se hallaba cerca. Según la psique del hombre, la septuagenaria cometía actos de brujería en su contra y su motivación para ello, afirmó, era su modo infantil de comportarse. El presunto parricida declaró que a su progenitora, la cercanía y el actuar de los niños le provocaban severas rabietas, por lo que aludió a su “inocencia” como la razón por la cual deliberadamente “lo hechizaba”.

Una vez terminada la jornada matutina, el hombre entró a su habitación. Minutos después de que las 12 campanadas sonaran en el reloj, su tía abandonó el inmueble, pues precisaba comprar los víveres necesarios para elaborar el siguiente alimento del día. Unos cuantos minutos bastaron para que, en vista de que sólo su alma antagonista se hallaba con él, una inmensa rabia, hasta ese momento latente, hiciera acto de presencia.

Una discusión verbal que presumiblemente Valdés Moreno inició fue el detonante para la tragedia. El simple hecho de que la anciana replicara a las constantes acusaciones de su consanguíneo orilló al hombre a buscar medidas drásticas para sofocar su frustración y comenzó a arrojar objetos.  Pese al impacto de ver sus pertenencias deshacerse contra el suelo, la señora permaneció firme. Conocía a la perfección el comportamiento de su hijo, pues tenía 42 años de estar al tanto de él y sabía de antemano que sólo precisaba de un comprimido (adquirido bajo receta médica) y el tiempo libre necesario para que éste disminuyera su impulsivo actuar.

Lamentablemente, ese día la mente del hombre tuvo un giro drástico, pues al encontrarse bajo letargo y arrojar palabras altisonantes contra su propia existencia en busca del próximo objeto a destruir, el brillo reflejado en una pieza de metal molestó su visión y lo atrajo, extasiado, hacia el arma que, momentos después, lo llevó a cometer el artero crimen contra una anciana indefensa: un filoso cuchillo de cocina.

Sin más en sus pensamientos que un impulso animal, tomó el arma blanca entre sus manos y la asestó limpiamente contra el cuello de la dama. Un brote descontrolado de sangre emanó de la herida y la mujer comenzó a convulsionar. A pesar de que sus últimos momentos los vivió bajo una intensa agonía, doña “Concha” nunca evitó cruzar miradas con su hijo, quien seguía atacándola sin cesar.

La agresión se tradujo en gritos de auxilio, los cuales poco después fueron más instintivos que acertados; el dolor físico había desparecido desde la primera cuchillada, no así el sentimental.  

Horrorizados por aquello que sólo pudieron imaginar a raíz de lo escuchado, los vecinos de la anciana rápidamente solicitaron el auxilio de la Policía. Afortunadamente, una patrulla se hallaba en las cercanías y cubrió el reporte a la brevedad.

El domicilio ya guardaba una perturbante calma; Rafael se calzaba con tranquilidad cuando los oficiales zapopanos llegaron y presenciaron la dantesca escena. Tras el sobresalto de ver el cuerpo inerte de una mujer de la tercera edad que yacía en el suelo con una profunda herida en la garganta, sometieron al presunto responsable y rápidamente la Policía Investigadora se hizo cargo de él.

Aunque ante las cámaras y grabadoras de la prensa, el hombre se dijo enfermo mental y bajo tratamiento psiquiátrico, la fiscalía indagó esa opción, pues de ser cierta, el cargo de parricidio que ya se vislumbraba en su expediente sería inimputable.

Eventualmente, las pesquisas en la Procuraduría Estatal llevaron a sus agentes a descubrir que, muy probablemente, la condición mental del hombre era un escudo con el cual protegía su ilícito actuar, pues no tardó en darse a conocer que Rafael Valdés Moreno ya había acabado con la existencia de su esposa, cuando ambos vivían en el Estado de Sinaloa hace aproximadamente 10 años. Por ello, pagó con siete años de prisión.

El Ministerio Público ejercitó acción penal en su contra y lo consignó al Juzgado Tercero de lo Penal. Ahora queda a cargo de un juez establecer si los investigadores integraron de forma correcta la averiguación en la cual queda asentado el delito de parricidio.

Mientras tanto, Valdés Moreno se encuentra recluido en el Centro Penitenciario de Puente Grande, haciendo lo imposible por controlar su violento actuar, que podría causarle muchos problemas ante una población conformada por cientos de hombres cuyo amor por la familia, y más aún por la madre, resulta desmedido.

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