Martes, 26 de Noviembre 2024
Jalisco | En tres patadas, por Diego Petersen Farah

Tapatíos del siglo XXI

Sobre el ser tapatío hay un montón de clichés, tan falsos, como divertidos

Por: EL INFORMADOR

Diego Petersen Farah.  /

Diego Petersen Farah. /

Un compadre le dijo a su interlocutor en la cantina: “En Guadalajara sólo hay futbolistas, maricones y prostitutas”.

—Quieto compadre, que mi madre es tapatía.

—¿Ah sí compadre?, y en qué equipo juega.

Sobre el ser tapatío hay un montón de clichés, tan falsos, como divertidos. Un tapatío, de acuerdo con la tradición, es un personaje profundamente religioso, por no decir mocho, con raíces en la ciudad o a lo mucho en algún rancho cercano, amante del futbol, culto (o al menos más cultos que los de otras ciudades) y de preferencias sexuales diversas y activas. Tapatíos, decían en los setenta, son aquellos cuyo apellido aparece en el directorio de 1930. Aunque la afirmación era absolutamente discriminatoria, eso era válido para aquella ciudad de un millón de habitantes, pueblerina y rancherona, con un profundo olor a rancio y orgullosa de sí misma. La ciudad de hoy no es ni mejor, ni peor, es simplemente distinta.

El primer censo del siglo XXI, cuyos datos acaban de darse a conocer, es un retrato de lo que somos los tapatíos de hoy. Más allá de convenciones y prejuicios, el censo no permite vernos en el espejo, reconocernos como somos y no como dicen que somos, o como creemos que somos.

El tapatío que apareció en este espejo es diverso. Aunque sigue siendo mayoritariamente católico, uno de cada 10 no es seguidor de la fe mayoritaria. Se dice fácil, pero eso significa que en un salón de 40 alumnos cuatro de ellos no profesan la misma fe; son minorías significativas. 15 de cada 100 tapatíos no nacieron en Guadalajara.
Aquello del directorio de 1930, o de las formas tapatías de ser, les son totalmente ajenas. Dos de cada tres tapatíos no viven en el municipio de Guadalajara, es decir, las tradiciones tapatías, llámense tortas del Santuario, birria de las Nueve Esquinas, virotes de la Central, etcétera, todo aquello que creemos que nos identifica lo más probable es que les sea total y absolutamente ajeno. Los nuevos tapatíos no llegan al municipio de Guadalajara, aterrizan en Zapopan o Tlajomulco y allá están sus referentes urbanos. La Catedral o la Rotonda de los “hombres sin lustre” les es tan ajena y lejana como la Plaza Garibaldi de la Ciudad de México o el Santuario de Talpa.

Ser tapatío hoy poco o nada tiene lo que imaginamos. Para bien y para mal (yo creo que fundamentalmente para bien), los que habitamos hoy este terruño tenemos menos nostalgia y más futuro por construir, aunque en el camino hayamos dejado tantas cosa que nos gustaban tanto.

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