Jueves, 28 de Noviembre 2024
Jalisco | Problema ecológico provoca migración

“Somos como mariposas monarca: volamos, pero regresamos a casa”

En la Isla de Urandén quedan aproximadamente 80 familias, casi las mismas que han salido a Zapopan a buscar trabajo

Por: EL INFORMADOR

Los principales puntos a los que migran las familias de isla de Urandén son Guadalajara, Ciudad de México y EU. E. PACHECO  /

Los principales puntos a los que migran las familias de isla de Urandén son Guadalajara, Ciudad de México y EU. E. PACHECO /

GUADALAJARA, JALISCO (06/MAR/2011).-  Aquí la tierra no es de quien la trabaja. Es de quien la invade y paga una cuota por ella. El “coyote” —mejor conocido como Ramiro— sabe bien cómo funciona esta ecuación; de eso se trata su negocio. Detecta predios ejidales o con problemas de tenencia de la tierra en la periferia de Zapopan, busca gente urbana o rural sin tierra ni trabajo y les cobra por algunos metros cuadrados.

Cuando se planean invasiones, el rumor vuela como dientes de león. A finales de 2009, purépechas de la Cañada de los Once Pueblos, de la Meseta y de la región lacustre escucharon que en la Zona Metropolitana de Guadalajara se gestaba una nueva colonia: Villas de la Primavera. A Estela Cristóbal y su marido, la noticia les llegó en un momento de desesperación: la pesca en el Lago de Pátzcuaro (Pátzcuaro, Michoacán) apenas ajustaba para saldar las deudas con el hambre del día, así que decidieron irse —adiós canoas, redes de mariposa y chinchorros— con rumbo a la capital jalisciense en busca de mejor suerte. Su historia encaja en lo que ahora llaman migrantes ambientales, de lo cual no existen cifras, a pesar de que es un tema que se discute desde hace años en la Organización de las Naciones Unidas.

La planeación de Villas de la Primavera fue quirúrgica: dos mil personas (vecinos de otras colonias irregulares e indígenas de Michoacán, entre ellos, Estela) llegaron la mañana del 7 de noviembre de 2009 a un predio ubicado a dos cuadras de Prolongación Avenida Guadalupe con un solo objetivo: tener techo y encontrar trabajo.

Ese día, el “administrador” del lugar  de estas tierras sacó su plano dividido en 640 lotes y comenzó a intercambiar billetes por comprobantes de pago cuadrados, de esos que venden en las papelerías. Con láminas, maderas, plásticos, carteles de las elecciones pasadas y una amplia gama de residuos, levantaron en una tarde, donde antes era una cancha de futbol, un asentamiento irregular encuadrado entre las calles Volcán Fujiyama, Bugambilias, Azucena y Puerto Tampico, predio que anteriormente pertenecía a la colonia Colinas de la Primavera.

La estética rural


Villas de la Primavera puede ser pariente de una favela, una reproducción casi exacta de la cinta Los Olvidados —como si todas las periferias de las ciudades nacieran iguales: con clichés de la pobreza, por los siglos de los siglos—, o una mezcla entre la improvisación urbana (fincas de desechos envueltas en plásticos negros para evitar el frío) y la estética rural (algunas casas son de madera, con una o dos áreas comunes, letrinas, fogones de leña, piso de tierra, jardines de milpas y amaneceres que huelen a leña y que suenan al cacareo de las gallinas).

Este asentamiento irregular, uno de los alrededor de 100 que existen en Zapopan, está en una franja de alta marginación, según datos de 2005 del Consejo Estatal de Población. Esto significa que no hay agua potable, la mayoría no hizo más que la primaria, los ingresos son de menos de dos salarios mínimos, hay hacinamiento y los pisos son de tierra.

Para Estela Cristóbal su recién construida casa de madera en Zapopan es “bonita”, pero ni de chiste le llega a la que tenía en la isla de Urandén, en Pátzcuaro. Sí extraña, cómo no, pero no podía quedarse esperando a que un milagro saneara el lago. Su marido dejó la pesca por un trabajo en la ciudad de despachador de combustible en una gasolinera de Avenida Guadalupe, donde gana poco más de 550 pesos a la semana, cifra que, dice, alcanza para tener comidas variaditas: en su pueblo la opción era comer carpa en todas sus modalidades; en la ciudad al menos saborea frijoles, lentejas, sopa de pasta y, cuando es día de lujo, pollo.
Noé Cortés, primo de Estela, llegó años antes a la periferia de Zapopan. La primera vez que salió de Urandén, fue rumbo a los cultivos de California, “pero me regresé porque allá te deslumbras, ahí aprendes la experiencia de gastar. Pero la verdad, ahora pienso que, si tuviera dinero, regresaría a mi isla por el resto de mi vida. Ahora vivo acá (en Guadalajara)”.

Desde chamaco aprendió a usar las redes y a sacar kilos y kilos de pez blanco. Después de que se contaminó el lago, también tuvo que salir en busca de trabajo. Ojalá, reflexiona, hubiera sido por aventura y no por necesidad.

“En ningún lugar me siento tan tranquilo como en mi tierra. Somos como las mariposas monarca: volamos lejos, pero, al final de cuentas, regresamos a casa”.

El lujo de unos tacos al vapor

Suena un claxon y avanza un Datsun por la calle polvorosa, desde donde se ve el cerro del Colli. Estela sale y compra dos kilos de tortilla (uno para la mañana y otro para la comida; con esto, ya gastó casi la tercera parte de los 80 pesos que gana diariamente su marido) y retoma la plática: quisiera encontrar trabajo limpiando alguna casa, “porque así podría darle antojos a mis hijas, como llevarlas al tianguis por unos taquitos al vapor”.

De Pátzcuaro comenzó a irse la gente cuando la pesca dejó de ser sustento, con rumbo a Estados Unidos, Ciudad de México y Guadalajara.

En la capital jalisciense hay alrededor de 60 familias de este pueblo, casi las mismas que quedan en la isla. A Estela Cristóbal su cuñada le avisó que había un señor (un “coyote”) que planeaba una invasión. El requisito era llegar un sábado a la hora indicada. Llegó con su hija más grande “y aquí estuvimos defendiendo este pedacito, hasta que nos aseguraron que podíamos quedarnos, porque la cosa se puso fea (hubo hasta balaceras el primer año de la ocupación, porque se peleaban las tierras con un grupo que pertenecía a un centro de rehabilitación que se autonombraban los “Guerreros de Dios”); luego ya me traje a mis otras hijas. Estoy mejor que en la isla porque puedo darle más cosas a mis hijas, para que no sufran como uno, pues, que ni escuela tenemos”.

El español de la mujer está aderezado con una entonación al final de las oraciones, entubado en la melodía de su lengua materna que apenas comparte con sus hijas porque “acá se burlan de uno. (Si hablamos en purépecha) la gente se queda viendo, nos dicen indias. Apenas ayer en unas pláticas (del DIF) nos dijeron: ‘No se apenen, ustedes saben dos idiomas y eso es bueno’”.

Es octubre y Estela Cristóbal se prepara para regresar a su tierra a festejar a sus muertos, tradición en la que se acostumbra estrenar nahua, delantal y huamenco, prendas que en total cuestan más de dos mil pesos. Muy caras, sí: “Lo que hacemos es apartarlas y poco a poco las pagamos. Sacrificamos un poquito”. Para los purépechas es importante mantener sus tradiciones, pues es lo que le permite seguir perteneciendo a la organización comunitaria de su pueblo.

De acuerdo con el Censo de Población 2010, Zapopan es el municipio de la Zona Metropolitana de Guadalajara donde más indígenas viven.

Cada uno de los que llegó a Villas de la Primavera y otras colonias irregulares asentadas encima de dos sitios arqueológicos (Los Padres y El Tizate) tienen sueños distintos: para muchos, aunque no siempre tengan resuelto el alimento, haber obtenido un pedazo de tierra es su sueño hecho realidad: la pobreza, piensan, quedó en el pasado.

Alta marginación

La información más actualizada de marginación urbana es de 2005, año en el que no existía Villas de la Primavera, pues era un lote baldío que pertenecía a la colonia Colinas de la Primavera. Sin embargo, los datos de esta última se aproximan a lo que sucede en este tipo de asentamientos irregulares:

De la población menor de entre 6 y 14 años, 10.43% no asistía a la escuela.

De los mayores de 15 años, 55.1% no tenía instrucción superior a primaria.

69.26% de las viviendas no tenía agua entubada y 45% vivía en hacinamiento.

Todas las colonias de esa franja periférica de Zapopan tienen alta marginación, como Arenales, El Tizate, San Nicolás de la Primavera y El Fortín, pues entre 50 y 97.6% no tiene agua entubada y entre el 50 y 60% no tiene educación superior a primaria.

En la ex Villa Maicera hay otra franja con alta marginación: los asentamientos ubicados por la Carretera a Saltillo. Esto contrasta con el resto de colonias zapopanas: la mayor parte de lo que queda dentro del Periférico tiene índices de marginación baja y muy baja.

En todo el Estado, 7.36% de la población vive con muy alta marginación, es decir, 496 mil personas.

Entre 2008 y 2009, Jalisco tuvo un saldo neto migratorio positivo, es decir: atrajo más población de otros estados en comparación que la que se fue del Estado.

El Lago de Pátzcuaro:  de puerta del cielo a cloaca

La Conagua calcula que en 2012 se sanearán todas las descargas; la restauración tardará por ser una cuenca cerrada

Por el Lago de Pátzcuaro subían y bajaban los dioses. Era, pues, la puerta al cielo, según la cultura purépecha, que tuvo su poderío en esta región. Y así lo cuidaron por siglos, hasta que en unos cuantos años se convirtió en el retrete de casi 150 mil personas de los municipios michoacanos de Quiroga, Pátzcuaro, Tzintzuntzan y Erongarícuaro.

A las descargas de aguas negras se sumó la introducción de especies exóticas, como la carpa. El resultado: en 13 años, la producción pesquera se redujo a la sexta parte, de acuerdo con el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA). Más claro: hace unos años había para todos, los chinchorros (redes) eran del tamaño del panteón (de aproximadamente 15 por 10 metros) y salían 300 o 400 kilos; “antes había vida, ya no”, relata José Guadalupe —esposo de Estela Cristóbal— en su visita a Urandén el Día de Muertos, junto a la tumba de sus parientes, a quienes ofrenda frutas y mojarra.

“El pez es lo que nos mantiene unidos, es como el oro de nuestro pueblo. Si desaparece, todo se acaba para nosotros”. Y justo en ese camino andan: en un día de pesca salen dos o tres kilos de charales o de carpa, para la cual no hay mercado y sirve sólo para el autoconsumo. “Antes no era buena, no la queríamos, pero ahora sí: es lo que queda”.

El sentido común de los pescadores sugiere que los problemas son que los municipios no sanean las descargas residuales, el azolve del lago por la deforestación del bosque y el dragado con las máquinas, que derraman diesel y mantienen turbias las aguas.

Además, el vaso lacustre perdió en 50 años más de dos metros de profundidad (de tener 7.2 metros en 2003, disminuyó a 4.9 metros) y una extensión de 40 kilómetros cuadrados, lo cual, para el secretario federal de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Juan Rafael Elvira Quesada, es “uno de los descensos más dramáticos” que haya sufrido un lago en cualquier parte del mundo. De hecho, lo que busca el dragado es que sitios como Urandén sigan siendo islas: en un futuro, por la pérdida del espejo de agua, se podría llegar caminando.

Comida para el alma


El Día de Muertos regresan todos a estas tierras: los muertos —las almas, pues— a comerse las ofrendas con sus familiares, y los que se fueron por falta de trabajo. “Me fui porque éramos muy pobres. Ya no alcanzábamos a comer”, cuenta José Enrique Bautista, uno de los primeros que emigró por la crisis del lago. Los que se quedan entristecen al ver partir a su gente. Pero los que se van sienten algo así como lo que describe la “Canción mixteca”: “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido, / inmensa nostalgia invade mi pensamiento / y al verme tan solo y triste, cual hoja al viento, / quisiera llorar, quisiera morir, de sentimiento”.
Aquí es donde todos piensan en conjunto: “¿Por qué el Gobierno, en vez de pagar máquinas dragadoras, no nos da trabajo a todos para quitar el lirio? Así, no tendríamos que salir de nuestra tierra y no afectaríamos al lago”.

El 2 de noviembre es una fecha tan fuerte que atrae a todos los que nacieron en Urandén, incluido a José Everardo Cristóbal Quirino, el “rey del canotaje” y campeón olímpico (aquí los niños, en vez de jugar futbol, practican este deporte). José Guadalupe está con su familia y la de Estela Cristóbal. Todos hablan purépecha y ríen entre ellos. La hermana de Estela es de las pocas que quedan en la isla. Estela hace la traducción: “Mi hermana quiere preguntar si sabes de algún trabajo en Guadalajara”. Rodeados por el color de las flores —importantes para los muertos, como el aire para los vivos— que se asoma entre la neblina, olor a copal (alimento para las almas), canastas de mimbre llenas de pan dulce y frutas, y alimentos que huelen al paraíso terrenal, José Guadalupe advierte: “Nadie se los puede comer, porque es para los difuntos. ¿Ves este caldo de pescado? Si regresas en la tarde, el plato estará a la mitad y habrá perdido el aroma. Hay valientes que se han animado a probarlo y luego andan con la boca rechinando”. La crisis pesquera va más allá de que el alimento no alcance para los vivos; la verdadera catástrofe sería que no hubiera ni para los muertos.
 
Adiós, hogar, dulce hogar
 
De regreso a la ciudad. José Esteban llega a las 7:30 horas a su casa en Villas de La Primavera, Zapopan. Apenas salió de su turno nocturno en la gasolinera. ¿Qué haría si volviera a haber pez blanco para todos? “Uuuuh, pues sería lo mejor, un sueño hecho realidad. Yo me regresaba”, confiesa.

La Comisión de Cuenca del Lago de Pátzcuaro y la Comisión Nacional del Agua creen que esto es posible, pues este año se construyen o amplían plantas de tratamiento o humedales para más de 15 poblaciones. El objetivo es que en 2012 el vaso lacustre deje de ser una cloaca. El problema es que, al ser una cuenca cerrada, la eliminación de los contaminantes puede ser a largo plazo.

A la hora en que José llega a dormir, muchas mujeres originarias de distintos pueblos purépechas salen de sus viviendas con prisa: unas van al Mercado de Abastos para ver si consiguen pelar cebollas a ocho pesos por caja. Otras trabajan limpiando casas (empleo que en ocasiones es considerado como la moderna esclavitud; aun así, es lo mejor que les ofrece la ciudad). Y las que aún no consiguen nada, preparan atole para que desayunen los hijos.

Estela y todos los originarios de la Isla de Urandén salieron de su pueblo por un desequilibrio ecológico y llegaron a una ciudad en la que los predios se venden como si fueran minas de oro, producto de la especulación. Con esto, sus posibilidades se reducen a invadir alguna tierra y contribuir, sin saber, al crecimiento desordenado de la urbe: descargan aguas residuales —igual que en Pátzcuaro, en Guadalajara aún no hay plantas de tratamiento—, generan más basura y, si creyéramos en el calentamiento global, ahora también aportan con emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. Y así, entramos en un círculo vicioso en el que la historia de los migrantes ambientales parece no tener ni principio ni fin.

Migración interestatal

Población de cinco años y más que vive en Jalisco, pero un quinquenio antes radicaba en Michoacán

2000    17 mil 889
2005    12 mil 053
2010    18 mil 170

De los 18 mil 170 michoacanos que migraron a Jalisco en 2010, cinco mil (27.5 por ciento) llegaron a Zapopan, con lo cual se coloca como el municipio jalisciense de mayor recepción.

El deterioro ambiental

La cuenca del lago de Pátzcuaro es endorreica o cerrada, como se llama a aquellas en las que el cauce principal o los escurrimientos no desembocan en el mar y, por lo general, desembocan en un lago; y tiene una profundidad media de cinco metros.
Desde 2003, el Gobierno federal ha implementado un programa de recuperación ambiental. Según el IMTA, las principales causas del deterioro de la cuenca son:

Deforestación. Por la tala clandestina se han perdido más de 10 mil hectáreas de bosque.

Erosión. El 85% de los suelos de la cuenca presenta cierto daño, lo que produce acumulación de azolves en el lago (un centímetro al año).

Reducción de la superficie y profundidad del lago, uno de los mayores descensos registrados en la historia.

Contaminación de suelo y agua: 33% de la basura no se colecta, 70% de las aguas residuales (tanto urbanas y rurales como drenes agrícolas) no se tratan.

Amenaza a la vida silvestre. Se encuentran en riesgo de extinción cuatro especies acuáticas (como el pez blanco, de los más importantes de la región) y 32 vegetales terrestres.

Caída de la producción pesquera por artes de pesca inadecuadas, introducción de especies exóticas (trucha, carpa, mojarra) y alteraciones del hábitat.

Falta de fuentes de trabajo alternativas, pues el 60% de la población rural e indígena de la cuenca vive en pobreza extrema.

De 87 fuentes de abastecimiento de agua, más de la mitad han presentado contaminación por coliformes fecales.

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