Serenatas al panteón de Mezquitán

GUADALAJARA, JALISCO (10/MAY/2014).- Han cambiado los años en que las serenatas era el principal regalo para las señoras en su día, los conjuntos y mariachis ya no son tan concurridos como pasados 10 de mayo, pero no falta el hijo al que se le hizo tarde y contrata un grupo para su progenitora, que ahora descansa en algún panteón.
 
'Amor Eterno', de Juan Gabriel, y 'Señora Señora', de Denisse de Kalafe, son algunas de las canciones que más sonaron este 10 de mayo en el Panteón de Mezquitán, algunas en vivo y otras no. Lo que sí tuvieron en común es que fueron entonadas por los hijos de la mujer finada, a quien se le dedicó la serenata y fue el motivo por el que algunos lloraron al cantar.
 
"La madre es de lo más fuerte y hermoso que hay en la vida. No puedo pasar un año sin venir, es mi mamá", es el comentario de María Eugenia, que llevó una bocina y programó algunas canciones de Vicente Fernández y Antonio Aguilar, que su madre disfrutaba escuchar en vida, y ahora, a algunos metros de distancia, le sigue complaciendo.
 
Previo a que cualquier tumba se rodeara por músicos y empezara la remembranza, los familiares, algunos que acudieron solo con su pareja y otros con los hermanos, hijos y sobrinos, limpiaron el espacio donde ahora yace la mujer que les dio la vida, la mayoría dejó impecable su tumba y la decoró con flores multicolores.
 
A otras familias no les interesó la música, sino el íntimo momento de apersonarse con su madre, reunirse y recordarla.
 
Al caminar en el Mezquitán se aprecia todo: mientras unos orientan a los músicos para llegar a su propiedad, otros rezan el rosario. Unos adornan con ofrendas y otros solo sacuden el polvo. Unos ríen en familia y otros lloran en soledad. Pero todos, en memoria de su madre.
 
Ni siquiera falta de fuerza o de elasticidad para moverse fue pretexto para no visitarla. Un policía municipal de Guadalajara empujó la silla de ruedas de una mujer mayor hasta la tumba de su progenitora, donde ella le indicó. La ayudó a bajar y, aunque había otras fosas antes, la acompañó hasta su destino. Ahí la mujer se dejó caer al suelo, con el torso y los brazos rodeando la tumba.
 
Lloró hasta cansarse con un rosario apretado en la mano. El policía no la miraba, sólo esperaba en la sombra a que la mujer terminara. Después de varios minutos, así fue, él la levantó y la regresó a la silla, donde la llevó de regreso hasta la puerta del panteón, no sin haber dejado una flor en la tumba, como prueba del cariño de su visita.
 
EL INFORMADOR / VIOLETA MELÉNDEZ