Domingo, 24 de Noviembre 2024
Jalisco | El tiempo hizo de las suyas

SEGÚN YO

El conflicto inició desde el clásico y ora qué me pongo para evidenciar que la vida no me ha tratado tan mal

Por: EL INFORMADOR

Hará cosa de un mes, recibí una llamada telefónica que me sorprendió, no sólo porque pidió hablar con quien llevara mis dos nombres y ambos apellidos, sino porque se trataba de una antigua compañera de colegio, quien con juvenil entusiasmo se dio a la tarea de rastrear a quienes hace numerosos ayeres formamos parte de un grupo escolar del que casi ni memoria tengo.

Reconozco que hube de someter mis archivos mentales a una ruda labor de zarandeado y exprimido, antes de recordar el apelativo y reconstruir vagamente el rostro de la autora de tan insospechada llamada, que me retrocedió a los años en que yo misma llegué a empeñar mis ocios en recuperar el pasado por medio del directorio telefónico.

El motivo no era otro que el de convocar a las supervivientes de cierta carrera técnica (pero de amplia y práctica utilidad laboral, según mi madre) a una magna y lucidora reunión para conmemorar que, hace exactamente tres y medio decenios, abandonamos las aulas, nos ataviamos con toga y birrete, ocurrimos a un solemne tedeum en el templo de Santa Rita de Casia, bailamos al son de Arturo Xavier González en el salón Xalixtlico, del entonces hotel Hilton, y salimos del cine Diana con un pergamino enrollado, convertidas en grandes promesas por cuajar.

Como, de por sí, no entiendo mucho esos afanes por conciliar el florido pasado con el otoñal presente, garabateé la fecha del proyectado encuentro en el primer papel que tuve a la mano, así como el nombre del asilo en el que muy probablemente tendría efecto el pomposo conciliábulo. Con galopante molestia colgué el teléfono, porque la edad se me vino encima al constatar que necesitaba dar tres vueltas a mis diez dedos (incluido el que traigo machucado) para contar el lapso transcurrido entre el día de mi graduación y lo que mi cerebro registra como "parece que fue ayer".

Al paso de los días, me olvidé del asunto que no habría trascendido del garabateado en un papel que finalmente extravié, a no ser por la tozudez de mi ex condiscípula que me llamó tres veces más, hasta arrancarme la desganada promesa de acudir con puntualidad, y con todo y cónyuge, al susodicho evento.

Llegada la fecha, y salvadas las reticencias de un compañero a quien nadie distinguiría  por su proclividad a la socialización intrascendente, el conflicto inició desde el clásico y ora qué me pongo para evidenciar que la vida no me ha tratado tan mal, hasta el fingimiento de una genuina sorpresa por rescatar fisonomías deslavadas por el tiempo que a todas nos pasó factura. Lo único que percibí con nitidez fue  que no sólo el vínculo común se había disuelto treinta y tantos años atrás, sino que casi ninguna de las ahí presentes desposamos a los galanes que anteayer nos arrancaban suspiros y comentarios y que, por tanto, la plática no podría ir discurrir por esos senderos. Así que todo se convirtió, para mi gusto, en un mórbido aunque placentero recuento de arrugas y llantas ajenas, acumuladas hasta la fecha. Abundaron, eso sí,  los discursos improvisados, las elegías a las maestras idas, las remembranzas de situaciones en las que escasamente me recuerdo presente y los besitos por doquier.

Así fue que pasamos la soporífera velada compartiendo mutuas y posteriores experiencias laborales, domésticas y familiares, platicando con gente a quien le importa un serenado rábano lo que hacemos. Acto seguido, cenamos, brindamos y nos aburrimos de lo lindo con la desbordada verborrea de quienes abusaron sin pudor del micrófono pero, eso sí, nos despedimos entre promesas de seguirnos comunicando y reuniendo aunque, podría jurarlo, eso no ocurrirá hasta que Dios ponga remedio o hayan pasado otros siete lustros.

patyblue100@yahoo.com

EL INFORMADOR 11-05-08 IJALH

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