Viernes, 29 de Noviembre 2024
Jalisco | Al revés volteado por Norberto Álvarez Romo

Ponerse los años

Es de humanos querer ponerse y quitarse los años

Por: EL INFORMADOR

Es de humanos querer ponerse y quitarse los años. Los niños siempre ven hacia arriba con admiración. Los jóvenes quieren parecer mayores de lo que son y pronto empezar a disfrutar los privilegios de la mayoría de edad. Luego, en los años maduros, abundan quienes pretenden quitarse alguno que otro año para simular que el tiempo no les llega, o buscan mantenerse en la eterna juventud. Al parecer, vivir el momento presente no nos satisface ante las fantasías de otros tiempos convenientemente mejores.

A los mexicanos nos pasa así con esto del Bicentenario de la Independencia y el siglo de la Revolución. Resulta una cómoda prerrogativa de mercadotecnia publicitaria hablar del año 10 de cada nuevo siglo, y una lógica extraña que vaticina que algo trascendente para la nación tiene que pasar.

El caso es que nuestra soberanía realmente no se logró oficialmente sino hasta 1821, con el Acta que declara la Independencia del Imperio Mexicano; aunque no empezó a ser reconocida por otros países sino hasta 1825.

En 1811, al cura Hidalgo lo mataron a sólo 10 meses después de haber empezado pidiendo primero la reinstalación del rey de España, que había sido relegado a segunda categoría por la invasión francesa de la Península Ibérica. El énfasis del cura giró bruscamente, sumándose luego a la fuerte voluntad popular anti-europea del campesinado, sin lograr mucho más que desatar el caos en el que perdió, literalmente, la cabeza.

Respecto a la Revolución de 1910, a más de 30 años en el poder, Porfirio Díaz hizo un simulacro de apertura democrática y llamó a elecciones ese año. Entonces surgió un oponente valiente, Francisco Madero, que simpatizaba con la causa de la reforma agraria, contaba con el apoyo del campesinado y postulaba el principio de la no-reelección. Por lo que Madero fue encarcelado mientras se realizaban las elecciones y Díaz obtuvo una victoria por la vía del fraude electoral. Madero escapó de la cárcel y expidió el Plan de San Luis, desconociendo al Presidente, al vicepresidente y a los poderes Legislativo y Judicial de la República, fijando una organización política y militar revolucionaria cuyo inicio se dio el 18 de noviembre de ese año.

Esa revuelta terminó llevando a Díaz a abandonar al país seis meses después. Al año y tres meses, las esperanzas que se tenían en el nuevo Presidente se vieron frustradas por su incapacidad para mantener el orden.

En febrero de 1913 Madero y su vicepresidente fueron maliciosamente ejecutados por el jalisciense Victoriano Huerta, quien lo acordó con Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en México, en el Pacto de la Embajada (también conocido como Pacto de La Ciudadela). Empieza luego la revolución constitucionalista, que tuvo por objeto restablecer la legalidad poniendo fin al Gobierno usurpador de Huerta, lo que desató la guerra de caudillos que se resolvió con el pacto de la Constitución de 1917.

Nuestra “Revolución” realmente son varias revueltas y guerras civiles amalgamadas en un caos total. Lo que pretendemos festejar este año 2010 es el centenario del inicio de un retroceso que duró seis años y del que todavía vamos algo rezagados.

El sentimiento general de la nación parece estar en aceptar las excusas para festejar algo que aprovecha el auto concebido mágico año 10 del nuevo siglo. Los festejos al fin, sirven para olvidarse mucho y reponerse un poco de los tiempos tensos, las crisis y el desgaste de la cotidianeidad aburrida y decepcionante que abruma a la mayoría. ¿Qué tanto es ponerse unos poquitos años? Ni que fueran tantos.

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