Sábado, 23 de Noviembre 2024
Jalisco | Por: Paty Blue

Piedad para mis pobres orejas

SEGÚN YO

Por: EL INFORMADOR

¿Qué dijiste? No te escuché… A ver, pérame tantito, déjame cambiarme de lugar. Ora sí, dime… ¿Cómo? Casi no te oigo, háblame más fuerte… ¡ay, caray!, no te entiendo nada, discúlpame… en un ratito de marco, porque amanecí medio sorda o algo pasa con mi línea telefónica.

Y el “ratito” se convirtió en algo así como dos y media horas, y no porque mi sufrido aparato receptor (que ha sobrevivido a tres caídas y sendas remojadas) tuviera algún desperfecto, sino porque mi sentido de la audición seguramente ha ido menguando y ya no capto los sonidos con la nitidez de algunos años atrás, cuando era capaz de escuchar hasta la gota de agua que caía en el fregadero, estando yo en el piso superior de mi casa, o percibía el zumbido de un zancudo que planeaba en el cuarto contiguo.

La triste reflexión sobre mi decadencia auditiva se animó al ritmo de “Zeta, zeta, zeta gas” que inundó momentáneamente mi estancia, y cuando la melosa voz femenina que lo entona se fue diluyendo a lo largo de la cuadra, tomé el auricular para realizar la llamada prometida, intención que fue interrumpida por los acordes de “disfrute del sabor delicioso del pan rico, mmm…” que se estacionó justo a mi puerta y repitió el estribillo más de cinco veces, así que ni el intento hice por marcar de nuevo, a sabiendas de que mis deterioradas orejas dejarían a mi interlocutor, una vez más, en suspenso y a mí lamentando que las orejas ya no me servirían más que para ensartarme los aretes.

Ni diez minutos habían pasado cuando un nuevo ataque melódico, ésta vez patrocinado por un circo que presumía su espectacular elenco transnacional, se apoderó del ambiente. En quince más, tocó el turno a una empresa que a gritos promovía la invitación a suscribirse a la televisión por cable, seguida por los embates mercadotécnicos de la patita Polola y los de un pepenador que por un altavoz ofrecía comprar cuanto trique o aparato inservible existieran en casa. Para entonces, comencé a considerar que lo más justo sería exculpar a mis oídos y recuperar mi autoestima auditiva que finalmente mantenía intacta su agudeza, porque alcancé a escuchar las promociones de un elocuente merolico motorizado que a los alrededores promovía diversos artículos y servicios mediante un ruidoso servicio que los entendidos identifican como “perifoneo”.

Y en ésas andaba, junto con el pendiente del llamado a quien dejé colgando por un ratito y que al cabo de un par de horas debió pensar que mandé al cuerno, cuando mis cavilaciones se interrumpieron por el estridente chirriar de una podadora eléctrica en mis entornos, a coro con el rugir de una motocicleta que circulaba con el escape abierto. Luego siguió el verdulero sobre ruedas ofreciendo elotes tiernitos, sucedido por el prepotente vecino que a claxonazos avisa al vecindario entero que ya llegó, por el insistente repiqueteo del cencerro de la basura, por las estridentes caravanas de prosélitos de algún partido político, por los estruendosos frenados de vehículos ante un tope sin señalamientos, por los estrepitosos volúmenes que algunos inconscientes desatan a ritmo de banda. Huelga decir que, sin exagerar, ánimo y oído se me habían tensado como cuerda de violín, al punto que hasta el modesto tintineo de un carrito de paletas habría sido capaz de hacerme explotar, para urgir a los sonoros intrusos a que se aplaquen o, más bien, para exigir a quien corresponda que se les impida o penalice por semejante arbitrariedad.

Como castigo a mis malas intenciones, apenas despuntando el siguiente día fui abruptamente despertada por los fragorosos cuetes en honor del santito de la zona, seguidos por una cuadrilla de escarbadores de concreto de los que creímos habernos librado hace un par de meses.

patyblue100@yahoo.com

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