Domingo, 24 de Noviembre 2024
Jalisco | Por: Isaac de Loza

Pasión mortal por cuatro ruedas y un motor…

LA CRÓNICA NEGRA

Por: EL INFORMADOR

Una nueva víctima mortal a consecuencia de un percance automovilístico. El alcohol viajaba por sus conductos nerviosos al momento de la colisión. Tal fue la causa oficial de la muerte de Daniel Abraham Padilla, ocurrida el pasado 13 de septiembre en la Avenida R. Michel. Aunque, contrario al informe de las autoridades, “El Padilla”, como era mejor conocido, pereció mucho antes de que los hierros torcidos de un “vocho” deshecho se incrustaran en su humanidad. La muerte lo llevó a un lugar mejor desde el momento en que regresaba a su casa a bordo de aquello que más amaba: su Volkswagen Sedán modelo 1973.

Como si el destino le hubiera puesto sobre aviso y el anuncio de sus últimas 24 horas llegara junto al sonar del despertador, el ritual que precedió a su último día de existencia fue alegre y en compañía de sus camaradas. La fecha en el calendario marcó el sábado, una jornada idónea para acudir al club de “vochos” y parlotear con sus amigos. Una costumbre arraigada semana tras semana.

Su presencia en la intersección de las avenidas Cordilleras y Patria se cumplió cabalmente desde que ingresó al círculo de “vocheros” en 2005, y no iba a ser la excepción en su último día. “El Padilla” despertó por la mañana y recordó a su compañero de andanzas, un auto del que años antes tuvo que deshacerse para saldar la cuenta de un accidente que deparó en la pérdida total de una motocicleta.

Pero un objeto tan valioso como ése, que rápidamente dejó de lado el calificativo de “metal”, para convertirse en aliado, no podía pasar a manos de un tipo cualquiera. El elegido para dar continuidad y buen trato al Volkswagen que tanto quería fue su amigo de la infancia, Salvador Casillas Hernández, a quien le apodaba “El Safaro”.

“Esto sólo es temporal, el ‘vocho’ es mío y conmigo se va a quedar”, fueron las palabras que emitió y que aún suenan en la mente de aquellos que lo conocieron; quienes encuentran en esta corta frase la cita perfecta para recordar a un verdadero entusiasta de los autos; un compañero del club que se marchó, pero que lo hizo como cualquier persona que se jacte de amar a un motor y cuatro ruedas con la misma fuerza que se tiene para con un ser querido quisiera hacerlo: tripulando a su corcel de acero.

Un automóvil clásico como colega, que prefirió quedar deshecho y conducir junto a su dueño hasta la tumba. El percance mortal que cortó de tajo la historia de “El Porscho (pues estaba arreglado con partes de un Porsche) y El Padilla” ocurrió sobre la avenida R. Michel, casi en su cruce con la calle Río La Barca, en la colonia Atlas, de Guadalajara. La hora elegida por la dama de la guadaña para tomar la existencia del joven, que tenía 25 años, fue a las dos de la madrugada del domingo.

Tras acudir al club y pasar un rato departiendo con sus camaradas a bordo de “El Porscho”, Abraham Padilla y Salvador Casillas enfilaron hacia una reunión, donde el alcohol hizo acto de presencia. La periodicidad en la ingesta de cerveza rápidamente comenzó a causar estragos en los reflejos de los dos amigos, y la decisión unánime de abandonar el sitio para recuperar fuerzas y evitar la resaca del día siguiente fue tomada a la brevedad.

Pese a que ambos se hallaban bajo los efectos del alcohol, “El Padilla” se mantenía cuerdo y su estado etílico le permitió conducir sin problemas. En contraste, su compañero se recostó en el asiento del copiloto, decaído por las bebidas, y el auto que durante los últimos años guardó complicidad únicamente con las dos personas que lo abordaban, enfiló a la casa de “El Safaro”, pues éste precisaba descanso.

En el trayecto, la nostalgia de hallarse nuevamente al volante de su auto invadió al conductor y recordó a su casi inconsciente colega que el día siguiente le entregaría el efectivo necesario para que el Sedán regresara nuevamente a su cochera. El otro asintió; pues dicho trato ya había sido pactado con anterioridad.

Luego de dejar a su abatido amigo, “El Padilla” arrancó hacia su hogar y entró a la avenida que lo cobijó hasta su deceso. La velocidad a la cual viajaba no importaba. El simple éxtasis de saberse dueño nuevamente de un objeto tan sentimentalmente valioso le había llenado de alegría.

Pero esa emoción terminó precipitadamente, cuando al binomio que enfilaba rumbo a casa lo alcanzó un Tsuru rojo, que pasó amenazante a su lado. Aparentemente, las secuelas de un par de cervezas también se reflejaban en el piloto del otro vehículo.

Una corta carrera, el descontrol en el volante tras recibir un “tallón” y dos brutales encontronazos. Silencio total. Y momentos después, el sonido de un solo motor alejándose.

Los medios informativos dieron la noticia a su familia de modo explícito:
“El conductor del compacto viró de forma intempestiva y se estrelló contra un poste de luz ubicado en el camellón, lo cual lo hizo perder el control y lo llevó a impactarse nuevamente contra la base de concreto de una torre que estaba apostada pocos metros adelante. La velocidad a la cual sucedió esta segunda colisión provocó que el vehículo diera varias vueltas sobre sí, se partiera en dos y el chofer saliera expulsado con violencia. Murió al instante”.

Confabulando hasta el final, el auto que tanto quiso se fue con él a la muerte; tal fue la relación de afecto entre ambos que el último abrazo de la máquina de metal hacia su amado poseedor fue tan enérgico que incluso se quedó con una de sus piernas.

“Pérdida total”, dijeron las autoridades que llegaron al lugar. La última frase del finado, expresada pocas horas antes del encontronazo y recordada por aquellos que lo conocieron, difícilmente podrá salir de sus recuerdos: “Este ‘vocho’ es mío y se va a quedar conmigo”.

Rato después, el funeral de “El Padilla” lució atiborrado. Junto a su familia y amigos, alrededor de 25 volkswagen´s cercaron su última morada. Durante el descenso del cuerpo, el claxon estridente de los vehículos sonó al unísono, uniéndose con las lágrimas de aquellos que, consternados, despedían a su alegre compañero.

Intempestivamente, varias piezas de metal cayeron directo al ataúd. Fueron arrojadas por sus homólogos del club, que horas antes acudieron al sitio de los hechos para recoger las pocas piezas restantes del Volkswagen modelo 1973, y acercarlas a su camarada para que ambos se volvieran a encontrar en la otra vida.

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