Pascuas sin florear

No, gracias, prefiero quedarme en santa paz, guardando estos días, como dice la canción, a mi manera.

De verdad, no quiero salir porque me late glorificar la semana dándome a una codiciada holgazanería que espero raye en beatífica, afirmé rotunda. No insistan, porfa, que no deseo abandonar mi hogar y ni tantitas ganas tengo de integrarme al campanudo éxodo familiar.

Que Dios les acompañe y bendiga sus andanzas pero, por enésima vez, señor marido, apreciables hermanas, alborotados hijos y emprendedoras sobrinas, les manifiesto mi empecinada determinación de pasarme los días de asueto que no se me volverán a juntar en un año, haciendo de las mías y respetando las ajenas.

Entre los que traían plan en Mazamitla, los que optaron por una cabaña en la Primavera, los que agarraron rumbo a Guanajuato y los que llanamente remojarían su humanidad en un club deportivo local me zarandearon el ánimo durante un buen rato, pero por igual recibieron mi negativa para incorporarme a su respectivo y borlotero contingente, no sin inscribirme en la categoría de rancia aguafiestas. Desde ese día no duermo por el pendiente que me entró, pero así lo había decidido, y no habría poder humano que consiguiera apartarme del premeditado plan para el que pasé casi un mes haciendo preparativos y dándome a la tarea de recaudar insumos literarios, videográficos y digestivos, a los que poco o nulo tiempo puedo dedicar en días laborables, toda vez que la domesticidad me arrebata a la mala el supuesto asueto semanal,  Pero ésta, a diferencia de otras semanas mayores, no me la dejaría regir por más ley que la que impone la propia y regalada gana. Dos libros inconclusos, cuatro películas y otras tantas temporadas completas de series televisivas llenarían mis días acompañados con buen café, botanas a pasto, fast food entregado a domicilio y la apetitosa perspectiva de esa soledad que nos perdona andar en chanclas, sin maquillaje y con el pelo desparramado.

Las muchas pascuas floridas que he pasado sin cuajar mis intenciones, ya debían haberme enseñado que, si mis parientes no me llevan consigo, al menos deberían cargarse en la maleta ese condenado chip que al parecer traigo integrado, y que no coopera para que la portadora se desafane sin remordimientos, y sea capaz de languidecer sobre una cama sin tender, rodeada de ropa sin guardar, frente a un televisor sin sacudir e ignorando los tiliches fuera de lugar. Mas nunca es tarde para auto aleccionarse y discurrir que entre las previsiones que haga cuando deseé pasármela a mis muy anchas, requiero incluir el gorro que me debe valer que las plantas estén sin regar, el buzón de correo sin revisar, los clósets a medio ordenar, el cibercorreo sin consultar, las cortinas sin lavar y la despensa sin surtir.

Lo peor de todo es rumiar el desencanto de saberme, a estas alturas, incapaz de conseguir lo que me propongo. Pero ahí tengo un par de libros, cuatro películas y otras tantas series de televisión esperándome para cuando me fructifique el empeño de hacerme justicia por propia mano.  

patyblue100@yahoo.com