Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Jalisco | .

Para seguir imaginando la ciudad

Por: Juan Palomar Verea

Por: EL INFORMADOR

Sin memoria no hay imaginación. La frecuentación de viejos planos, de antiguas fotografías y lejanos relatos revelan mucho más de la ciudad que habrá de venir de lo que pudiera suponer un ojo distraído.

Vuelta al Plano de 1943. Cándido territorio sobre el que habría de abatir el huracán tonto de la modernidad. Se trazan primero todas las aperturas mayores de calles, realizadas a partir del razonamiento simplón y provinciano (en el peor sentido) de que la modernidad venía en coche; en muchos coches. El plano queda tasajeado de trazos rojos en dirección a todos los puntos cardinales. Tras un cuidadoso proceso de medición se obtiene un dato contundente: 32 kilómetros de calles fueron abiertas en canal entre 1948 y 1976. En 28 años, la ciudad se automutiló a razón de más de un kilómetro por año. Triste récord.

Si consideramos que por cada 15 metros de frente, conservadoramente había una finca, y pensando que las afectaciones fueron de un solo lado de la vialidad, obtenemos la aterradora cantidad de dos mil 175 fincas demolidas o mutiladas. (Para darnos una proporción, el puro perímetro A del Centro Histórico tiene 15 mil 212 fincas). Ninguna ciudad soporta tal mudanza sin perder muchos de sus valores esenciales. ¿Y a cambio de qué? Treinta años después de la última ampliación, la urbe está eminentemente saturada.

Habría que haber sido más listos, mejor, más inteligentes. (Y no era cosa tan rara: otras muchas ciudades lo supieron ser). Entender que la integridad de una identidad y de un patrimonio centenario está muy por encima de una pretendida fluidez vehicular, basada en el tránsito automotor individual. Los treinta kilómetros ampliados tuvieron además un efecto secundario peor: el establecimiento de una patente de corso para que cualquiera que quisiera demoler o “modernizar” su finca lo hiciera siguiendo tan reiterado ejemplo.

Lo que debió hacerse, con resolución y seguridad, en la propia valía urbana y cívica, era establecer que el transporte urbano en el casco tradicional de Guadalajara estuviera mayoritariamente asegurado por sistemas públicos eficientes. Y relegar sistemáticamente la opción del coche individual ante las verdaderas necesidades de la ciudad. No se trataba de pregonar la inmovilidad conservacionista a ultranza; se trataba de implantar la sensatez y el verdadero progresismo urbano.

Un caso especial. El Agua Azul. Actualmente el parque, gloria de tiempos pasados, no cubre más de 12 hectáreas. Cercenamientos y ocupaciones varias acabaron por reducir a una muestra el paraje vasto e idílico que evocan las crónicas. Si cuando, en el sexenio de los cincuenta del siglo pasado se retiró la estación de ferrocarril de espaldas de San Francisco a su lugar actual, se hubieran aprovechado los terrenos liberados y otros disponibles para acrecentar el parque, tendríamos ahora, en pleno Centro de la ciudad, un bosque urbano de 58 hectáreas. (Los Colomos tienen menos de cien hectáreas). En su lugar, ¿qué tenemos? Innumerables aprovechamientos de particulares, instalaciones para el IMSS, para el PRI, supermercados (big boxes) de los que ya ninguna ciudad civilizada quiere y un largo etcétera.

Dicen que es fácil hablar a toro pasado. Pero si no se considera la magnitud de las cornadas, será difícil prevenir las que nos amenazan. Y sí es posible ahora, plantarnos frente al futuro y decidir la ciudad que queremos y necesitamos.

jpalomar@informador.com.mx

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