Sábado, 23 de Noviembre 2024
Jalisco | Según yo por Paty Blue

Ora sí, nomás faltaba

El caso es que, contra toda mi buena y aseada intención, me vi de pronto envuelta en un episodio de ésos que quisiera evitar en la propia biografía

Por: EL INFORMADOR

O no era mi día, o el ilustre, calificado y flamante optometrista en cuyas manos me puse para que me agenciara la reposición de mis deshidratados lentes de contacto andaba en los suyos. El caso es que, contra toda mi buena y aseada intención, me vi de pronto envuelta en un episodio de ésos que quisiera evitar en la propia biografía, para no empañar la ajena con la exasperación, la impotencia y contrariedad que provocan, particularmente en una doña cuyas pulgas con la edad no sólo se le han vuelto pocas, sino muy escogidas y dispuestas a brincar a la menor provocación.

Algo tan sencillo como cumplir, al pie de la letra, mi llana petición de sustituir, con otros igualitos, sin quitarles ni ponerles nada, mis ajados aditamentos oculares, se convirtió en una épica verbal digna de mejores campos de batalla. Bastaba tomar mi expediente, extraer la información y llenar el formulario de solicitud correspondiente, pero el profesional de la bata blanca se empeñó en desechar mi silvestre sugerencia porque, por ningún motivo, iba a permitir que los veredictos de su ignorante antecesor en el puesto siguieran vigentes, toda vez que, según él, eran tan inexactos, que en cosa de meses me obligarían nuevamente a cambiarlos, pero por un lazarillo de cuatro patas.

Recordé entonces haber vivido una situación semejante en otros ámbitos. El nuevo jardinero me dice que quién sabe en dónde habría tenido la cabeza el que antes se ocupaba del metro y medio que tengo de jardín, porque las aralias están mal podadas y crecieron tan chuecas, que a leguas se nota que los plantó un ignorante de estos menesteres. Lo mismo me ha sucedido con el fontanero, la asistente doméstica, el instalador de antenas y cuanto servidor ha entrado en contacto conmigo en los últimos meses, quienes emplean buen tiempo y saliva en echar tierra sobre el trabajo de sus antecesores.

Tengo la fundada sospecha de que esa suerte de síndrome del descontón es una epidemia que ataca a todos los gremios, y que colocarse en ventaja respecto al resto de sus colegas es parte del oficio. Y el individuo a cargo de ésos, mis ojos tapatíos aquejados por la miopía, el astigmatismo, la presbicia y eventualidades oculares mil, no fue la excepción. Así que, convencido de que la prescripción hecha por quien le antecedió en la valoración era errónea, al tiempo que ufano por su oportuna intervención para evitar un desastre que pronto me obligaría a cambiar la chamba de escritora, por la de artística tejedora de bejuco, me dotó con los lentes de contacto adecuados a mi mal interpretada coyuntura óptica. Me sentí como en la salchichonería del supermercado, cuando la insistencia de la despachadora nos doblega la voluntad y acaba uno llevándose una marca de jamón que no pidió.

Gracias a Dios, nadie se me atravesó en esos días que anduve viendo entre borroso y aletargado, porque me lo habría llevado de corbata, aunque al que me hubiera gustado derribar a empellones fue al obstinado optometrista que no dudó en mostrarme su cruda destemplanza, tras su fallido intento de endilgarme aquella maravilla de suavidad, brillantez y durabilidad que no me sentó. Creo que ese hombre, como muchos otros indispuestos a atender con decencia a un cliente, mejor haría en buscarse una chamba en el Himalaya, o en el archivo moribundo de alguna institución.

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