Jalisco | En el lugar, revive desde su silla los tiempos de José Alfredo Jiménez Nacer cantando, como los charros: Maclovio Vázquez, para ustedes Fue mecánico industrial y forjó una numerosa familia, pero las circunstancias económicas lo encuentran hoy en una esquina de la Plaza Tapatía Por: EL INFORMADOR 2 de agosto de 2009 - 08:40 hs GUADALAJARA, JALISCO.- Ni la diabetes que le ha mutilado algunos dedos de las manos y ambas piernas, confinándolo a una silla de ruedas, ni la insuficiencia renal, han impedido que la mayor preocupación de Maclovio Vázquez, como se autonombra “artísticamente”, sea comprar un verdadero traje de charro para llevar serenata de manera digna, y hacer lo que –dice convencido-, aprendió al nacer: “cantar llorando, como lo hacen los charros”. Y aunque no lo hace “de manera profesional” sino hasta hace dos años, Heriberto Briseño Vázquez, cual es su nombre real, canta “con todas las entrañas” los fines de semana, montado en su “moderna y flamante” silla de ruedas. “Lástima que no es blanca, como el caballo de José Alfredo Jiménez”, exclama sonriendo, mientras se acomoda en una esquina aledaña a la Plaza Tapatía, entre los andadores Paraje del Diablo y calle Morelos, a un costado de la popular “fuente de los niños meones”. Y así es. Desde la plancha principal de la Plaza Tapatía y Plaza Fundadores, en los alrededores de esa zona se escucha el lamento vertido en música proveniente del pequeño amplificador que Maclovio Vázquez conecta en la batería de su silla de ruedas. Apretuja el micrófono como a la amada a punto de partir; su gran sobrero delata desde lejos el misticismo que resguarda el rostro de un charro “con el alma en pedazos”, y sus ojos, totalmente ocultos por unas modernas gafas para sol, hacen que los transeúntes que lo circundan sencillamente se detengan; algunos, bajo el influjo de la música, cantan. “Quisiera revivir aquella vida, quisiera revivir aquel pasado, volver a ser el dueño de tus ojos...”, ¿lamenta o canta? Ni siquiera él lo sabe. “Viva México ca...”, grita un grupo de pálidos jóvenes estadounidenses, mientras arrojan unos pesos en el pequeño bote a un costado de Maclovio Vázquez. Sin embargo, ese folclórico México “lindo y querido” al que evoca su canto para los turistas, no ha sido del todo condescendiente con él. Nacido en La Barca Jalisco, 1933, en la postrevolución, Heriberto Briseño Vázquez lloró “desde el vientre”, y fue víctima del centralismo que caracterizó el experimento de ingeniería social que fue la conformación del llamado Estado de Bienestar mexicano. “Fui mecánico industrial, pero aprendí por experiencia propia. Hasta la secundara había en ese tiempo, no se podía más que buscarle. De repente cantaba en bailes y en la Plaza de Toros del pueblo, de esa sí había, pero las circunstancias me trajeron a Guadalajara, a los 17 años. Eran los tiempos de José Alfredo Jiménez”, apunta con el semblante hacia el cielo, como si se refiriera a un personaje épico. Pero no todo fue lamento para Heriberto Briseño. Se casó “el día 5 de junio de 1955. La conocí dos años antes. Ella es una bella mujer de Autlán de la Grana, Jalisco”, y vinieron 10 hijos, situación que lo orilló a dar solvencia al hogar con sus conocimientos como mecánico y soldador; desarrollándose hasta el grado de poner su propio negocio: “Levanté un pequeño taller acá en la calle de Vidrio, y después, unos añitos en Lázaro Cárdenas, Michoacán”. Y aunque a veces repara algunas lavadoras, a estas alturas y con la circunstancias del mercado, le deja más la cantada. “La vida nos dejó las almas rotas y estamos recordando nuestra historia, nomás mientras tomamos cuatro copas...”. Deja espacio a los aplausos antes de entonar de nuevo, sólo que hasta las tres de tarde, pues el personal de la Secretaría de Turismo que ocupa una oficina en la misma calle, asegura, no le da autorización de utilizar la esquina después de esa hora, ni los fines de semana. De aquella numerosa familia, a Maclovio le quedó su silla de ruedas eléctrica que le mandó uno de sus nietos en Estados Unidos: “Ya viene otra en camino, y pues me sirve pa’ lo que más me gusta hacer: la cantada”. Y es que su esposa, “se está pasando unas vacaciones por allá, y yo me estoy dando mi vida de soltero, a gusto, la verdad que ni falta me hace ahorita, me siento a toda madre”. Aunque reconoce que su trabajo “que tanto me gusta” está bautizado por la necesidad, sentencia que “el que trabaja no tiene porqué tener crisis. Yo vengo aquí desde su casa de ustedes en Vidrio, me cuesta un trabajo enorme trasladarme en la silla de ruedas, pero me va bien... gracias a Dios que me dio esa voz”. La familia, reconoce sin lamento, porque el lamento no tiñe su hablar, sólo sus canciones, “se extrañó de que yo fuera a cantar aquí, pero pues yo les digo a mi mujer y a mis hijos; si acá no me dan dinero, pues la cantada sí deja, y al cliente lo que pida ¿no?”. Cuco Sánchez y “desde luego que” José Alfredo son sus más grandes influencias, a quienes admira y acompañaron su travesía hasta este momento, cobijando sus emociones, “cada nacimiento de un hijo, cada lucha y cada pelea, cada amanecer nostálgico” con una canción. No le gusta la música, aunque “a lo mejor algún día le entro”. Lo dice sonriendo, mientras acude a la entrevista con el porte de un gran cantante. Alguien que siente lo que canta hasta los huesos...lo es. FRASES “Yo no me dediqué a cantar porque fueron 10 hijos y tenía que darles de comer. Es imposible que les diera de comer y pudiera dedicarme a la canción. Mucha gente me lo ha dicho, ahora me dediqué ya tarde” “Canto desde que nací. En el vientre de mi madre, nací llorando, nací cantando”. 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