Martes, 26 de Noviembre 2024
Jalisco | Pergeño por Víctor Wario Romo

“Mueve montañas…”

Kilómetros atrás, rezagados, pequeños racimos de romeros reparten su fe que, así, a lo mejor les toca de a más

Por: EL INFORMADOR

Al virar por la carretera hacia la derecha aparece a lo lejos. Es una columna de minúsculas figuras en movimiento que apenas se atisba alargada, perdiéndose en un subir y bajar del camino. Los vehículos comienzan a dar de frente con la hilera, van de tres o cuatro en fondo. Es un largo, interminable contingente de peregrinos que van al encuentro de una diminuta figura que reina en los altares de un santuario en pleno corazón de Los Altos.

La columna se hace multitud, es como un hormiguero en el crucero que indica a lo alto, sobre fondo verde: Tlacuitlapan. Y un poco más adelante el aviso: Lagos 18 kilómetros.

El grupo es nutrido, mayoritariamente de jóvenes. Es una interminable riada humana. Detrás del lomerío, coronándolo, se erige la Mesa Redonda. De allá, de más atrás vienen caminando, meditando, orando, cientos, miles de feligreses que esperan, en un par de días, encontrarse con la Virgen de San Juan de los Lagos, en su celebración culminatoria del 2 de febrero por el Día de la Candelaria.

Guanajuato, Aguascalientes, San Luis Potosí, Zacatecas, ven salir de sus terruños a miles de jóvenes, niños y ancianos que se funden en una sola intención: pisar el sueño del santuario mariano de Los Altos para orar, para agradecer el favor recibido, para decirle a la Virgen de San Juan que no la olvidan, que creen en ella, que mantienen incólume su fe a pesar de los vaivenes. Ellos no siguen la senda del cuestionamiento al ministerio de la Iglesia Católica, no se enredan en la crítica a la condición humana del sacerdocio y la jerarquía, ellos vienen, como cada año, a manifestar sus creencias ante la imagen sagrada, a la que le confieren el gran poder de llevarlos por la vida.

“El Ahito”, se lee en la placa al borde de carretera, apenas unos metros antes de la concentración humana. Desde las camionetas les extienden una naranja, un frasquito de agua, algún taco de modestos guisados o simplemente de frijoles.

La Mesa Redonda ya está ahí, erigida a todo lo alto con el Sol del Oriente sobre ella. De su tierra roja brotan algunas reminiscencias del escritor laguense Mariano Azuela, quien pasó en la singular montaña plana episodios inolvidables de su infancia y los plasmó en su prosa. “¿Qué mayor deleite que el de trepar los riscos de la Mesa Redonda y desde sus cumbres contemplar mundo abajo el tablero de ajedrez de los sembradíos, de las casas, de las bestias y de los hombres como miniaturas de nacimiento? Atónito, porque no alcanzo todavía a coger las nubes con mis manos, oigo por primera vez la voz de la montaña poblada de rumores misteriosos”.

Ahí van, a la vera del imponente cerro. Kilómetros atrás, rezagados, pequeños racimos de romeros reparten su fe que, así, a lo mejor les toca de a más. Pronto todos se encontrarán y deambularán por las calles atiborradas de San Juan. En la sede de la Virgen, lo mismo que en otros muchos lugares distantes, se repartirán tamales y se encenderán las candelas. Millones de creyentes irán a dar testimonio de que, como dice Jesucristo en el Evangelio de San Mateo: la fe mueve montañas.

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