Jueves, 21 de Noviembre 2024
Jalisco | Cinco colaboradores ofrecen su visión de la ciudad en su cumpleaños 470

Muchas ciudades en un mismo territorio

Cinco colaboradores del Consejo de la Crónica de EL INFORMADOR ofrecen su visión de la ciudad en su cumpleaños 470: una urbe transformada por su expansión y las diferentes identidades a las que dio cabida

Por: EL INFORMADOR

El crecimiento del número de tapatíos es sólo uno de los factores que transformaron a la ciudad.  /

El crecimiento del número de tapatíos es sólo uno de los factores que transformaron a la ciudad. /

Laura Zohn
Una confusión de identidades


GUADALAJARA, JALISCO (14/FEB/2012).- Conforme vivo y convivo en esta ciudad, me convenzo de que es imposible compartir una misma visión de lo que es y representa Guadalajara para cada habitante, seamos tapatíos de nacimiento o emigrados de otras ciudades. Intervienen tantos factores: nuestra edad, nuestra actividad diaria, la colonia donde vivimos, los rumbos que frecuentamos, nuestros gustos y creencias, nuestros sueños y demencias…

Difícil tarea ésta de definir a la Guadalajara actual en 500 palabras… Aun con el riesgo de caer en los extremos y en las generalidades, mi visión de la ciudad se parte en dos: soy quien ama y soy quien odia a la ciudad. Soy quien limpia y soy quien ensucia la ciudad. Imposible mirarla de una sola manera: pienso bien y mal de ella simultáneamente.

Guadalajara tuvo una clara identidad durante cientos de años y, década tras década, la ha perdido o, mejor dicho, la ha confundido, porque ya no es una, sino varias identidades las que definen a esta ciudad compleja y contradictoria. Es imposible entender a Guadalajara como un todo, hay que intentar abrazarla (sin que se desparrame) como una serie de subciudades que pretenden, absurdamente, ser sólo una. Hace mucho que dejamos de ser la Ciudad de las Rosas, si acaso por las espinas y ser medio cursis, pero ya no por su imagen cálida ni por su amabilidad.

Conforme crecen los problemas de toda índole, las soluciones parecen llegar tarde, a medias o nunca. La movilidad se diversifica pero el tráfico no cesa. Se construyen puentes y túneles pero el trayecto nos estresa igual que antes. Todo nos queda cada vez más lejos. Nos roban lo que acabamos de estrenar. ¿Es el precio por ser gran ciudad?

Acabamos de ser sede panamericana y estuvimos en vivo a escala internacional. Demostramos que sabemos trabajar en equipo. Luces, desfiles, música y muchas medallas. ¡Hemos saltado a la fama por 17 días! Mucho más de lo que Warhol pronosticó. ¿Y ahora? ¿Qué hacemos con el resto de la ciudad que no fue embellecida, porque no salió en la televisión? ¿Por qué tuvimos que esperar tan magno evento para remozar calles, monumentos y camellones?

Guadalajara, que tanto renegó ser un pueblo bicicletero y veía urgente la modernidad, ahora lo que quiere es andar en bici (sin el sustantivo de pueblo) y recuperar la grandeza de su antigüedad. La ciudad del mariachi, del tequila y la torta ahogada también quiere ser tecno-house-lounge, tomar martinis y saborear sushis de salmón. Paseamos en familia por los agringados centros comerciales, pero también desayunamos menudo en el mercado. Mientras unos se aferran en preservar el patrimonio arquitectónico, otros se ensañan en destruirlo. Unos plantan, reciclan y crean conciencia ecológica, mientras otros crean basura y mutilan árboles añejos para que los anuncios sean admirados.

Los tapatíos no hemos evolucionado de manera uniforme. Nos sentimos high-tech pero nuestra mentalidad no ha cambiado. Nos debatimos entre la mochez y la desvergüenza, entre la decencia y la corrupción, pasamos del exceso a la mesura con suma facilidad. Un día alguien comete un acto delictivo y al día siguiente se persigna frente al altar. Somos malinchistas cuando vamos de shopping pero también nos sentimos orgullosos de lo Hecho en México. Somos rebeldes y radicales, pero también conservadores y de mucha tradición. En fin, que bailamos al ritmo que nos tocan y, si no nos tocan la que nos gusta, pues nos aguantamos… o armamos un escándalo que se entera todo el vecindario.

Hay días en que me abruma esta ciudad. Se me escapa de las manos. No quiero rajarme, como buena jalisquilla, pero tampoco sé cuál camino debo tomar sin cansarme. Cómo actuar de manera responsable sin salir perdiendo... cómo contagiar amor por la ciudad si cada vez lo siento menos…

Carlos Enrigue
Los Panamericanos

Tuvieron lugar los Juegos Panamericanos en nuestra ciudad; desgraciadamente, en ellos penetró la política que, sabemos, contamina hasta la propia suciedad, así que los sufridos habitantes de esta urbe padecimos la política pública preferida de nuestros hombres públicos: la publicidad.

Así, unos juraban que los Juegos serian un hito en la historia, que la conmemoración sería tan grandiosa que 200 millones de personas la verían por televisión y como mínimo conseguiríamos cuando menos 100 días de lleno completo en todos los hoteles y, según afirmó alguno, que por cierto no sabía bien en cuál conmemoración de los Juegos se encontraba, que estos serían los más grandes Juegos que la humanidad hubiera soñado.

Otros afirmaban que aquello sería un fracaso, que no resultaría nada y que terminarían en chirona por el despilfarro, que la ciudad se paralizaría, que la Villa itinerante no se inauguraría y ambos grupos se opondrían a todo lo que propusieran sus contrarios, por irracional que pudiera parecer al sentido común la oposición.

Hay que decir que ni a unos ni a otros les importaban los Juegos sino el beneficio político o económico que obtendrían: los Juegos eran lo de menos y, en las otras dos materias, seguro se arreglan después y al final de cuentas todo, como siempre, fueron simples declaraciones.

No voy a fingir que estuve al pendiente, ya que en realidad pude evadir los Juegos y sus malas consecuencias, si las hubo, como si se hubieran celebrado en Turquía, pero hay que reconocer que, no sé si voluntaria o involuntariamente, con el dineral que gastaron pues hubo muchos beneficios, siempre criticados o cuando menos ninguneados por los del partido rival. Por orden de precio invertido batió el récord la inauguración, la que dicen que estuvo muy bien, como la de Vergara, sólo que a éste le salió de grapa y la de los Juegos costó varios millones de billetes verdes que despiertan el “sospechosismo”. Otra pega es que en los estadios que anunciaban venta total de lugares, dicen, se veían grandes huecos, aunque después se fue normalizando.

Las calles, fuentes y camellones que se compusieron quedaron muy bien, cosa que criticaron por el préstamo que se pidió; el tráfico estuvo muy bien: a pesar de los pronósticos, la ciudad dejó circular razonablemente los autos; hubo grandes logros de los atletas en la obtención de medallas y, a mi juicio, obtuvimos la medalla de oro en ruindad política: en eso, dudo que nos superen.

Pero lo más notable, a mi juicio, fue el consumo de preservativos entre los deportistas de la Villa. Según lo anunció el secretario de Salud, se consumieron 130 mil artilugios de ese tipo durante los 15 días de competición, que, divididos entre éstos, da un promedio de 2.88 diarios por usuario, lo que definitivamente resulta asombroso, aun tratándose de atletas de alto rendimiento, y provoca envidias el average de bateo; en eso sí que debió venir Guinness a verificar el récord, y por eso puede que sí hubieran sido los Juegos Panamericanos mejores de la historia.

Juan Palomar Verea
Guadalajara: 30 para 500


Dentro de 30 años van a suceder dos cosas: Guadalajara llegará al medio milenio de duración y, según las últimas proyecciones de expertos, se habrá cumplido el ciclo de crecimiento poblacional de la ciudad y sus habitantes sumarán aproximadamente cinco y medio millones.

Esto quiere decir que uno de los asuntos que más urgen hoy para la ciudad es tener certeza y claridad en cuanto al proyecto de la urbe misma. Porque los próximos tres decenios supondrán, además de atender los actuales rezagos, todavía un incremento importante en su población (un millón 250 mil habitantes) antes de estabilizarse, y su planta física deberá sufrir las adecuaciones correspondientes. Los retos que esto plantea son enormes. Corresponderá a esta generación la responsabilidad de dar forma a lo que se vislumbra como el último estirón en el crecimiento de Guadalajara a través de 500 años.

Un hecho esperanzador significa, al día de hoy, la instauración y el inicio de actividades del Instituto Metropolitano de Planeación. Sin duda que esta nueva instancia tendrá un papel fundamental en el futuro desarrollo de la urbe. Todos sus trabajos deberán partir, sin embargo, de un reconocimiento lúcido y riguroso de la realidad urbana que ahora afrontamos. Y de la certeza de que, sin asumir un proyecto claro y compartido por municipios y habitantes, será imposible avanzar hacia la ciudad posible y deseable.

Los males de la ciudad son conocidos: pobreza y desigualdad, premura de servicios e infraestructuras para ciertas capas de la población, inseguridad, deterioro ambiental, graves problemas de movilidad, deterioro del patrimonio construido… La lista puede continuar. La complejidad e intensidad de los retos tiende a ser abrumadora. Sin embargo, cuando celebramos un año más de una historia que ha sido muchas veces difícil y aun angustiosa, conviene también acordarnos de los bienes que Guadalajara guarda y que no son pocos: de ellos también puede salir la fortaleza y la claridad para salir adelante.

Obviamente, pero de manera muy singular, sus habitantes. A pesar de todo, predominan la entereza, la sabiduría y el humor que siguen haciendo amable e interesante la vida comunitaria. Cada vez hay mejores niveles de conciencia y educación. La cultura regional es robusta y variada, y a menudo sabe dar frutos muy notables. Evidentemente hay contrastes y claroscuros, pero la vida cotidiana en Guadalajara guarda un razonable nivel de convivencia y aun de amabilidad.

Por otra parte, la herencia que Guadalajara tiene es significativa y consistente. Existe una base física que es en lo general resistente y bien planeada. Los errores y vicios son innegables, pero también lo son los aciertos sobre los que es necesario avanzar. Contamos con un patrimonio urbano y arquitectónico rico y variado. Constituye sin duda una clave inapreciable para entender una manera secular de estar en el mundo, de ocupar el territorio, de trazar calles, hacer plazas, levantar edificios y casas. Es a partir de una lectura lúcida y serena de lo que recibimos como mejor podemos construir la ciudad que vendrá.

Renée de la Torre
Mezcla de rancho, tercer mundo y metrópoli cosmopolita


En el presente, Guadalajara es un monstruo con un espíritu —ethos, diría Max Weber— de ciudad que mantiene su ambiente pueblerino. Es recatada y gracias a la Calzada Independencia, y a sus múltiples fronteras psíquicas, mantiene hasta el presente su doble moral: decente al poniente y viciada al oriente, buena de día y perversa de noche. Este aire pueblerino le permite continuar siendo amble y mantener las formas básicas de cortesía. Pero sobre todo sigue siendo muy mocha y persignada. Pero también es Guanatos: la ciudad caótica. Desparramada. Sin proyección. Ruidosa. Tumultuosa y con harto tráfico. Pero sobre todo, como me lo hizo ver un amigo extranjero, es en todos sentidos una ciudad a medio terminar. De ello hablan sus intentos de periféricos inconclusos, los castillos que sobresalen de la mayoría de las construcciones, la avenida Federalismo que parece ruinas de bombardeos, y los miles de planes y proyectos que nunca se realizaron. Por último, a pesar de todo, Guadalajara es muy cosmopolita. Aquí tienen lugar la Feria Internacional del Libro, y la del Cine. El centro comercial de Andares concentra las firmas y tiendas presentes en las principales avenidas de las grandes capitales del mundo. Fue sede, y de manera exitosa, de los Juegos Panamericanos. Y realmente se lució. Y por ello se siente capaz de competir por la sede de las Olimpiadas. Presume tener una Miss Universo, y un goleador en el Manchester, y un campeón de Fórmula Uno. Se ha hablado de grandes planes que convocan a los más famosos arquitectos del mundo para diseñar un museo Guggenheim, o un Centro JVC, o el proyecto de centro cultural de la Universidad de Guadalajara. Muchos de estos proyectos se quedaron en bocetos, pero dieron vuelo a la imaginación de estar a la par de cualquiera las principales ciudades del mundo. Guadalajara se proyecta hacia el futuro con aires de grandeza y, aunque no pierde de vista sus raíces tequileras y mariacheras, se ve como capital cultural en la nueva geografía global del mundo cosmopolita. Hoy se habla de habilitar una parte del Centro para construir la Ciudad Creativa Digital… Quién sabe si logremos salir del rancho grande, pero, mientras que lo intentamos, durante el trayecto entre una ciudad y otra, caemos en el bache de una calle mal asfaltada, o nos tropezamos con las lozas sueltas de una banqueta, y con ello recordamos que, para echar a volar nuestros sueños cosmopolitas, hacen falta pistas de despegue y aterrizaje dignas.

Armando González Escoto
Los avatares de la creencia

La construcción de América por parte de soldados, granjeros, mineros y misioneros fue consecuencia de la creencia. La creencia en un futuro mejor, en ciudades de oro, en tierras pródigas, en nuevas cristiandades, en la posibilidad de que la utopía sí pudiera hacerse. Guadalajara nació de esas mismas creencias. La certeza de que el Cielo colaboraba con la Tierra se convirtió en un poderoso motor para vencer miedos, superar obstáculos, establecer alianzas, inventar nuevos caminos, y así, luego de 470 años, la pequeña ciudad formada por 63 familias es hoy una ciudad extendida sobre cuatro municipios y medio, que sigue manteniendo la creencia de que se puede vivir mejor viviendo aquí.

Este mundo de creencia ha sido un continuo que enlaza, siglo tras siglo, el devenir tapatío, y que en el año 2011 siguió expresándose y dando fruto en todos los campos. Seguimos creyendo en la Feria del Libro, porque es eso, una feria de libros. Creemos en nuestras posibilidades espartanas aplicadas al deporte. Tenemos la certeza de que la tradición debe ser el alma del progreso y no solamente una cobertura folclórica. Creemos tanto en los valores perennes que nos altera la inmigración de los agaves y su invasión de espacios públicos, aun si en el caso de la Minerva resulten defensas adecuadas del patrimonio. Nuestra reiterada creencia en las posibilidades de la cultura nos ha estado moviendo a la búsqueda de nuevos espacios museográficos cada vez más dinámicos e interactivos.

Pero hubo en 2011 un momento singular donde la creencia, habitualmente ateniense, se hizo espartana, sin dejar de ser por ello inesperadamente estética. Fue el 12 de octubre. Un día en muchos aspectos desperdiciado, porque lo que ese día se vio debería quedar permanentemente registrado, e incluso podría haber competido por algunos récords. Pudiéramos decir que la llevada de la Virgen de Zapopan transcurrió bajo la lluvia, pero en realidad se desarrolló bajo una inmensa, imponderable y multicolor gama de paraguas. Cientos de miles abiertos todos en el abigarramiento de una multitud cuyo movimiento daba dinamismo a ese toldo de siete kilómetros sostenido por miles de manos. Sobre la avenida Alcalde se ondulaba esa cubierta múltiple bajo un cielo de acero cuyas primeras luces daban brillo a ese escudo estético portado por una fe espartana.

La lluvia era en momentos torrencial, pero, mientras que en los días habituales la gente evita mojarse, corre a guarecerse, se aleja de las corrientes y, en el mejor de los casos, se queda en casa, el 12 de octubre la multitud movida por la creencia hizo exactamente lo contrario, y llevar un paraguas, un plástico, un impermeable, eran también creencias que animaban a retar la lluvia.

No hubo tregua, ni del cielo lluvioso, ni de la tierra creyente, y la gente no dejó de cumplir su promesa histórica por el hecho ahora banal de que estuviera lloviendo, porque la creencia inveterada afirma que mojarse en estos casos no hace daño.

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