Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Jalisco | En tres patadas por Diego Petersen Farah

Las cosas odiosas de la Navidad: 2) Los villancicos

Los modernos productores se han encargado de que sea insoportable

Por: EL INFORMADOR

Diego Petersen Farah.  /

Diego Petersen Farah. /

La música navideña no era fea, o al menos no toda era fea, pero los modernos productores se han encargado de que sea insoportable, y la radio y la tele, de repetirla y convertirla en una forma de tortura al estilo de Naranja Mecánica, la famosa película de Stanley Kubrick.

La música navideña, desde la clásica hasta la popular, siempre fue melosa: la fecha se presta para ello, pero la clásica era de gran calidad y la popular divertida o cuando menos, simpática. Era música que se tocaba el día de Navidad, en las posadas y cuando mucho en las escuelas (sólo en el kínder o en la primarias, pues ningún estudiante de secundaria o preparatoria era tan valiente como para someterse a la carrilla que sobrevenía si lo cachaban cantando un villancico). Pero la tragedia cobró dimensiones mayores cuando la música navideña brincó a los medios masivos.

Primero fue Topo Gigio. El ratón con voz de novicia voladora gangosa decidió que los villancicos cantados por él serían atractivos para los niños y lo peor, las jugueterías se lo creyeron. En los pésimos sistemas de sonido de aquellas épocas (una bocinitas enanas metidas en cajas de madera con cables pelones que emitían más tronidos de camión de la Alianza) sonaba el noche de paj y uno no podía sino acordarse de la madre del mencionado ratón. El orejón hizo época, y para pronto lo imitaron las ardillitas, Cepillín, Chabelo, etcétera. No contentos con eso, los villancicos pasaron de las grandes bandas al pop. Ahora sí que se salieron de madre e inundaron las estaciones que hasta entonces se habían mantenido vírgenes de la melcochería navideña. Si los villancicos son cursis, tocados por bandas de rock o pop se vuelven kitsch.

Ni John Lennon, que tenía fama de subversivo e inteligente, pudo resistir la tentación. Pero el colmo llegó cuando comenzaron a traducir los villancicos gringos al español y peor, a hacerle arreglitos a la música clásica. La blanca navidad, las campanillas navideñas y Rodolfo el reno, mal traducidas y peor tocadas, dejaron a los pobres pastores tropezados, al viejo tambor y al humilde zurrón en el rincón del olvido. Más gacho aún, al “Jesús alegría de los hombres” de Bach le pusieron ritmitos de órgano melódico; quenas, ataras, y charangos, y hasta gaitas celtas, y lo dejaron irreconocible.

Pero ningún villancico tan odioso y repetido como el de los peces en el río. Peces que, en un arranque de locura, les dio por beberse el río no más por ver a dios nacido (¡salud!). Y no contentos con beber una vez, vuelven y vuelven a beber en una conducta compulsiva sólo explicable por una sobredosis de aguardiente del anónimo autor del villancico o de los propios peces (lo cual, en caso de ser validado, debería reconocerse como el primer milagro del señor al haber convertido un río de agua dulce en un caudal de charanda michoacana).

Insisto: no sé quién inventó que a dios le gusta que le canten, pero gracias a él existen los villancicos. Que el señor lo tenga refundido en los infiernos en medio de abrazadoras llamas y con Las Pandora a todo volumen. Amén.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones