Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Jalisco | Por: Juan Palomar Verea

Las ciudades y las contingencias

LA CIUDAD Y LOS DÍAS 1 DE MAYO 2009

Por: EL INFORMADOR

La ciudad es el territorio natural de las contingencias. Para luchar contra ellas se realizan a diario grandes esfuerzos. Una de las principales funciones de las autoridades es garantizar la seguridad de la población. En todo momento y en cualquier caso. La vida urbana pretende brindar a los habitantes de las ciudades una mayor seguridad, derivada del propio acopio de recursos que las concentraciones citadinas suponen. Y sin embargo, la misma naturaleza de la aglomeración humana representa, en todo momento, factores de riesgo de los que nunca se está completamente a salvo.

Las epidemias han azotado a la humanidad desde hace milenios. Los avances de la ciencia y de las condiciones de salubridad han logrado acotar relativamente a estos azotes. La emergencia de la actual contingencia sanitaria es un hecho que toma por sorpresa a las actuales generaciones, que no recuerdan haber estado bajo una amenaza semejante con anterioridad.

El brote epidemiológico al que actualmente el país y las autoridades sanitarias se enfrentan ha alterado en unas cuantas horas el ritmo normal de la vida de todo la nación. Y ha afectado la vida productiva, educativa, laboral, económica de millones de personas. Ha mostrado de manera palmaria la fragilidad sobre la que se construye la vida cotidiana. Ha puesto de manifiesto la peligrosidad que reside en la mera reunión de algunas decenas de personas. La epidemia aísla, fragmenta, disuelve hasta cierto punto la raíz misma de la normal convivencia citadina. Pone el acento en los mínimos gestos cotidianos –lavarse las manos, etc.- y vuelve a cada individuo en un ser vigilante y desconfiado.

La epidemia es la enemiga primigenia y feroz de las ciudades, de la vida en sociedad. Revela al mismo tiempo los lazos de solidaridad y compasión que están en el tejido mismo que soporta la vida de la comunidad. Desata rumores y consejas que crecen con el paso de los días, y que actúan también como un disolvente de los cuidados sociales. Las medidas que la autoridad dispone se vuelven, según esas versiones, sospechosas de atender ocultos y perversos fines. Es preciso que, entonces, el pacto social que fundamenta la convivencia civilizada, funcione, y que las previsiones que a toda la sociedad conciernen sean atendidas de buena fe y con puntualidad.

Ante las circunstancias, es preciso obrar con sensatez y sentido común. Y ser conscientes de que el cumplimiento de las medidas dictadas por la autoridad hace que cada individuo contribuya, a su vez, a mantener el azote a raya, a guardar la distancia con el desastre. Una epidemia, como fenómeno que concierne a toda la colectividad, cuestiona los más esenciales resortes de la autoridad, de la comunicación social, de la responsabilidad comunitaria e individual. Ante la amenaza, es necesario cerrar filas, atender recomendaciones y disposiciones, hacer conciencia de la fragilidad que se cierne sobre nosotros y que nos hace valorar entonces la relativa seguridad de la vida civilizada. Con todos sus riesgos y asegunes.

jpalomar@informador.com.mx

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