Martes, 26 de Noviembre 2024
Jalisco | Al revés volteado por Norberto Álvarez Romo

La vida exprés

Paradójicamente, las razones y las ventajas que llevan a vivir amontonados en una ciudad se vuelven, tarde que temprano, la fuente misma de quejas y malestares

Por: EL INFORMADOR

Una característica sombría de la vida humana, que resalta mucho en los tiempos modernos, es la manera general en que los adultos tratan a los niños, como si éstos deberían ser tontos, sumisos y carentes de voluntad propia. No extraña que se provoque, así, que los mozos lleven prisa por hacerse adultos y reafirmarse como mayores. No sin la chocante consecuencia que, luego, siendo adultos quieran negar y detener el transcurrir del tiempo buscando borrar las huellas físicas de su maduración y mantenerse eternamente jóvenes, o al menos parecerlo por fuera.

En esencia, quizás, es una actitud de superioridad que se refleja también en otras relaciones humanas, como las que tienden del patrón hacia sus empleados, o los maestros ante sus alumnos, o los gobernantes sobre gobernados, o un ministro de Dios guiando feligreses. En el sentido tradicional, “los de abajo” siempre suelen ser vistos y tratados con calidad menor e insuficientes en sí, todavía. Esto independiente de las intenciones, sean buenas o malas.

Las oportunidades de “liberación”, que por sus medios técnicos y nuevas condiciones sociales trae consigo la modernidad, facilitan esa “prisa” por no estar donde se está o por cambiarse de lo que se es hacia otra identidad u otras situaciones más deseables. Así, influidos por la “ley del menor esfuerzo”, se trata de cambiar de circunstancias desarrollando destrezas más aptas para practicar la “movilidad” y trasladarse tanto física, como socialmente hacía otros ámbitos “mejores”.

Las grandes ciudades parecen alimentar todavía más ese deseo humano por no estar sujetos a las condiciones estorbosas impuestas por la existencia real de los demás. Y no hay ejemplo más claro y patente de esto que las angustias provocadas por los congestionamientos viales que se dan en nuestras calles, debido al crecimiento desordenado de la ciudad y el aumento acelerado en la magnitud del parque vehicular en circulación.

Paradójicamente, las razones y las ventajas que llevan a vivir amontonados en una ciudad se vuelven, tarde que temprano, la fuente misma de quejas y malestares. En el éxito se engendra su fracaso, otra vez.

Mientras aquí reine el capricho mayor de hacer la ciudad empedernidamente empujados por la convicción de que el automóvil será el señor y amo de la vida urbana, estaremos condenados a sufrir las consecuencias de que este deseo se cumpla.

De esto no hay otra muestra más de moda aquí que la idea ocurrente que llega de la nada para saciar aquellas ganas de recorrer rápidamente de un extremo a otro de la ciudad, por una vía expresamente hecha para todos aquellos autos que estén bien dispuestos a pagar adicionalmente unos pesitos más para evitar los congestionamientos causados por todos los demás autos que van para el mismo rumbo. Y, como ocurre en todo el mundo, una nueva vía para los autos será utilizada hasta que se convierta en lo que se convierten todas.

Pretender que las vías exprés privatizadas serán la solución de los congestionamientos de la ciudad, es como creer que la cirugía estética devuelve sus hojas caídas al calendario y detiene las manecillas del reloj biológico del cuerpo.

Una ciudad madura, como la nuestra, requiere de adultos maduros que no se auto engañen con la simple cosmetología barata (o cara, para el caso) y asuman la responsabilidad de ver que, más allá de sus narices, nuestra metrópoli no sólo padece los dolores de crecimiento, sino que también sufre de envejecimiento, desorientación, crisis de identidad, enanismo y de obesidad. Una condición crónica bastante compleja, que no se cura simplemente con paliativos de alivio temporal. Por más exprés que sean.

Temas

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones