La ciudad y los días

GUADALAJARA, JALISCO.- Cada vez queda más claro que la habitabilidad real de una ciudad radica en la capacidad objetiva de sus habitantes para obtener los satisfactores cotidianos que permitan llevar una vida apegada a sus deseos y necesidades. Esta capacidad deriva de tres factores:

Memoria. Es bien conocido el hecho de que, biológicamente, un organismo requiere de la memoria para subsistir. Sin el material genético en el que se guarda la experiencia acumulada para evolucionar, un ser viviente está incapacitado para enfrentar los desafíos que las nuevas circunstancias representan. Esta condición es particularmente evidente en el caso de las ciudades. El indisoluble vínculo que guardan territorio, entorno construido y población impone una serie de particularidades que habrán de actuar en favor o en contra del buen desenvolvimiento de una urbe: su adecuada adaptación a la topografía, a la disponibilidad de recursos naturales, a la climatología y a las necesidades de sus habitantes determina la calidad de vida, y la viabilidad misma, de la ciudad.

Lucidez. Sin la capacidad de interpretar las circunstancias y los retos del presente, y de prever los del futuro con atingencia, la ciudad está condenada a girar en los círculos desgastantes de la confusión, el desánimo y el deterioro de su entorno. Las instituciones y gremios encargados de la buena marcha citadina son los depositarios del conocimiento –que incorpora la memoria– y la capacidad de propuesta y respuesta ante la problemática siempre renovada de la evolución urbana. En una vida democrática, como la que intentamos fortalecer, para mantener una visión lúcida de la ciudad es indispensable una sostenida discusión –pública y libre– sobre los temas pertinentes. Pero para que la discusión rinda los frutos deseables, es necesario que sea informada y serena. Y que conduzca a acuerdos. Así, será posible la construcción de consensos sobre los que determinar una visión general de la ciudad deseable y adoptar medidas específicas que coherentemente se encaminen a solucionar temas concretos.

Voluntad política. De nada sirve cumplir con las dos anteriores premisas si la ciudad carece de la conducción apropiada para volver realidad los consensos logrados en su seno. Con demasiada frecuencia el discurso se convierte en letra muerta al intentar pasar a los hechos. La penuria de nuestra vida democrática, las limitaciones de los ordenamientos que la rigen, la falta de madurez política en el ámbito común, representan graves obstáculos para la correcta aplicación de los acuerdos alcanzados. La voluntad política no es solamente la expresión de los pareceres y deseos de los gobernantes: es la manifestación concreta de los consensos y acuerdos que la ciudad ha logrado y su eficaz puesta en práctica. Sin la aquiescencia y la solidaridad de la población con las intenciones de gobierno no podrán generarse verdaderas acciones en favor del beneficio de la comunidad.

Memoria, lucidez, voluntad política: quizás esta tríada traduzca –en otros términos y contexto– la leyenda que Agustín Yáñez compusiera para Guadalajara, e inscribiera en el basamento de uno de sus monumentos más significativos, el de la diosa Minerva: “Justicia, sabiduría y fortaleza custodian a esta leal ciudad.” Memoria, lucidez y voluntad política son los tres distintivos de la cualidad que hace posible mantener y progresar a la ciudad: su inteligencia. Su cabal comprensión de sí misma y de su circunstancia.

(*) Parte de una ponencia dentro del Primer Seminario Internacional de Movilidad, Movilidad Inteligente. Diciembre 9 y 10. Universidad del Valle de Atemajac, Guadalajara, Jalisco.

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