Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Jalisco | Abaratar la vida

LA CIUDAD Y LOS DÍAS

Juan Palomar Verea

Por: EL INFORMADOR

Había, hace años, una conocida tienda que tenía un proclamado propósito: abaratar la vida. En su caso, era comprensible: lo que quería decir el establecimiento –obviamente– era que se ocupaba de cuidar la economía de sus compradores. Muy bien.

La que ahora se ocupa de abaratar la vida es –entre otras cosas– la galopante contaminación urbana que nadie parece capaz de parar. La abarata, o sea la vuelve vulgar, corriente, adocenada, deleznable. Y la vida de los habitantes de la ciudad es todo menos barata. Hay una intrínseca e ineludible dignidad que reside en cada ciudadano y que es preciso cuidar y promover por todos los medios.

Por eso el espacio público es un ámbito fundamental. Por eso cualquier obra pública debiera ser realizada con el máximo de cuidado, calidad, finura. Y estamos llenos de soluciones constructivas hechas al aventón, buscando lo más fácil o lo más “económico”. Porque la economía de la ciudad es mucho más compleja que eso. Involucra una amplia cantidad de factores que se resumen de alguna manera en lo que se conoce como calidad de vida. Y que tiene que ver con la suma de atributos que la ciudad debiera ofrecer a quien la vive: banquetas decentes, calles arboladas, arquitectura que no agreda al ojo, transporte satisfactorio, parques abundantes y bien cuidados, tráfico moderado, ruido bajo control, aire respirable... y ningún anuncio “espectacular” que arruine el paisaje.

Haciendo un breve repaso de los puntos señalados es fácilmente comprobable el hecho de que la economía urbana de Guadalajara arroja un grave déficit. Ofrece, en muchos casos, para la preciada vida de sus moradores, un contexto de abaratamiento y de pichicatería que resultan inaceptables. Algunos medios, a veces, colaboran con esta noción de que lo público tiene que ser barato. Les parecen caros árboles que resultan indispensables o bancas que, por su diseño y robustez, les suenan “costosas”.

Una vuelta por ciudades más desarrolladas podría ilustrar rápidamente a estas opiniones: lo que se pone en la vía o el espacio público es, invariablemente, de la mayor calidad. Desde los machuelos hasta los puentes o los faroles.

Pero volvamos a la contaminación visual, tan dañina por ubicua y argüendera. Es un negocio de unos cuantos. Perjudica, parejo, a todos los demás. Vuelve el paisaje urbano en un contexto anodino, confuso, indiferenciado. Agrede directamente a la arquitectura de razonable calidad (y a la otra la vuelve peor). Increíblemente, los anunciadores se animan a talar o podar árboles para dar vista a sus anuncios. Es curioso que las aguerridas huestes de las bicicletas no volteen a ver esta problemática y se den cuenta de que todo está conectado. Una ciudad que no respeta a su paisaje tampoco respeta a los ciclistas, ni a los espacios verdes, ni a muchas otras cosas.

Es más que tiempo de que la ciudad cese de dejarse abaratar, y de que no abarate la vida de quienes la habitan. El problema de la contaminación visual tiene remedio. Otras ciudades lo han hecho. Guadalajara no tiene por que ser menos.

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