Lunes, 20 de Enero 2025
Jalisco | Para los pepenadores del tiradero de Tala ya no hay otra opción de trabajo

Ganarse la vida, entre moscas y desechos urbanos

Para los pepenadores del tiradero de Tala ya no hay otra opción de trabajo

Por: EL INFORMADOR

Los pepenadores cuentan con largas jornadas laborales.  /

Los pepenadores cuentan con largas jornadas laborales. /

TALA, JALISCO (21/AGO/2012).- El acceso resulta por demás complicado; una y otra vez la parte baja del vehículo choca contra la terracería y un pensamiento negativo llega a la mente de inmediato. ¿Sí pasará? El auto compacto chilla con el esfuerzo, pero al final logra continuar con su trayecto, dirigido por el desagradable aroma que cala en la garganta, y no por las brechas irregulares que en ciertos puntos permiten ver charcos de lixiviados, o jugos de basura.

Es el ingreso al basurero de Tala. Donde un elemento de seguridad sale de su cabina de guardia, pide identificación de los visitantes, detener el vehículo en que viajan y solicita autorización a un "comandante" para el ingreso. "Está bien, pásenle hasta donde llegue el carro", dice tras recibir el visto bueno de sus superiores. El auto no avanza. Es decisión del conductor que éste permanezca en el ingreso, y asegurar así un retorno sin complicaciones mecánicas.

El andar a pie resulta incómodo. Hay caminos de tierra que usan los camiones recolectores, sí; pero es el imperante hedor el que invita a rehusar la idea un recorrido noticioso.

La idea se descarta de inmediato. El individuo de la cámara fotográfica ya ha marcado sus objetivos, camina hacia ellos y comienza a disparar entre palabras de aliento. "No está tan mal; sólo es respirar por la boca". Idea desechada en momentos, pues una, o dos, o tres de las miles de moscas regordetas que se alimentan en ese, su paraíso, amenazan con pasearse entre sus dientes.

Así, el obligado respirar demanda que la nariz perciba los miles de olores, que emanan de una amplia gama de desechos tirados ahí, sin lógica aparente. Las montañas de desperdicios son altas, y al recorrerlas el único sonido de vida que se escucha es un zumbido jubiloso, autoría de los insectos que se apropiaron del área.

Un brinco aventurado por encima de una suerte de lodo verduzco, y un perro sale de una "casa", donde dos jóvenes y un hombre que se busca entrevistar trabajan con ahínco. Sus dientes, un gruñido y el ladrido que le sigue, obligan a andar entre la basura que se hunde por el peso, y buscar nuevas fuentes de información.

"No te muerden; nomás aguas con pisar jeringas ahí donde andas", grita "Pedro", un señor de 63 años que pide usar cualquier nombre, excepto el real. Su apariencia delata más edad, aunque tiene pocos años manteniéndose a sí mismo y a su familia separando la basura.

Camisa blanca; bigote cano y manos callosas, las secuelas de una jornada entre residuos metálicos, plásticos y otros podridos. Varias heridas se observan en él, pero eso no le importa. "Mira, la verdad es que aquí desarrollas defensas; las cortadas se secan rápido. Por ejemplo, ayer me corté y hoy ya está bien", expone al tiempo en que retira un trozo de piel seca, donde un objeto que no recuerda le raspó el lunes.

"A mi edad ya no hay trabajo; por eso me vengo acá". Hasta hace años, cuando sus cuerdas vocales funcionaban sin trabas, pertenecía a un trío que se hizo de cierta reputación en Tala. Hoy ya no puede cantar, y para llevar dinero a sus bisnietos, se ve obligado a entrar en la basura "sin seguro alguno, que creo eso es lo que nos debería de dar el gobierno". Sabe que difícilmente se le tomará en cuenta para esa petición, pero igual la lanza frente a la grabadora del desconocido que todos ven con desconfianza.

El regreso es obligado, pues el estómago es golpeado insistentemente con arcadas; nunca se asimiló la estadía en la zona. Caminar de vuelta a donde el vehículo se encuentra es difícil; eludir de nueva cuenta los charcos de lixiviados, la tarea más complicada que nuevamente se logra. El auto espera paciente, pero al abrir la puerta y subir, cientos de moscas entran y se hospedan en asientos, tablero y volante... Y el carro chilla de nuevo, previo a cruzar otra vez la vereda de ingreso a una zona insalubre y descuidada a todas luces.

EL INFORMADOR / ISAACK DE LOZA

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