Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Jalisco | Juan Palomar Verea

Frágil es el silencio

jpalomar@informador.com.mx

Por: EL INFORMADOR

Lugar común: el silencio es un lujo. Pero también, y cada vez con mayor urgencia, es una necesidad. El ruido todo lo invade, lo altera y desfigura, lo contamina. Silentium, pulchra ceremoniam, repetía el maestro Díaz Morales: Silencio bellísima ceremonia.

El silencio es una materia prima indispensable para la ciudad. Es como una tela de fondo que hace que la vida en comunidad sea soportable. Una tela cada vez más rayoneada y desgarrada. Sin él, la neurosis y la agresividad se dispararían aún más. Sin ese entramado de calma y serenidad que el silencio aporta, las vidas de los urbanitas terminan de descomponerse.

Lo grave es que el silencio tiene cada vez más enemigos. El tráfico incesante y atropellado, las alarmas estúpidas, los radios ubicuos y generalmente operados por un oligofrénico, una avioneta que contra cualquier regulación vomita tonterías desde el mancillado cielo, y un largo etcétera.

Los niños deberían de aprender, desde muy temprano, que un derecho y una obligación para cualquier ciudadano son el goce y el respeto del silencio. La buena educación, tan poco socorrida, ayudaría mucho. Hablar a un volumen moderado, oír la música que a uno le guste sin invadir a otros, ver televisión con pocos decibeles, respetar particularmente ciertos espacios: parques, plazas, banquetas, casas y apartamentos vecinos... Lección de civismo básico: respetar lo más posible el silencio.

La vocinglera invasión no se limita a lo auditivo. Hay un periódico al que le gusta nombrar a ciertas de sus secciones con un (y no dos, como en castellano) signo de admiración. Desde su majadera estatura, los “espectaculares” gritan insensateces sin cuento, la cacofonía visual –que se contagia en auditiva con mucha facilidad- cunde por todos lados.

El problema es que la gente parece acostumbrarse cada vez más a vivir soportando (¿o gozando?) el ruidajal. Es muy frecuente ver pasar a gentes en coches equipados con volúmenes capaces de anunciarse con cuadras de distancia. Su vecindad en los semáforos es insoportable. Ese escandaloso derroche auditivo hace juego con mucha de la idiosincrasia mexicana de que hablaban Samuel Ramos u Octavio Paz. Es hijo degenerado de la cohetería tan socorrida. El descubrimiento por parte de sectores del personal de esos tiliches llamados woofers ha sido deletérea: los vidrios vibran, el mismo pavimento transmite las ondas, muy lejos, de estos útiles aditamentos para el buen patán urbano, o rural.

Es indispensable que el silencio sea reinstalado en el centro de los satisfactores urbanos. Pero solamente lo será si la ciudadanía se hace consciente del daño fisiológico, psicológico y estético que representa cada transgresión injustificada al silencio. El silencio, la serenidad, son un bien público. Hay que defenderlos.

jpalomar@informador.com.mx

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones