Viernes, 29 de Noviembre 2024
Jalisco | Al revés volteado por Norberto Álvarez Romo

Esos tiempos, otra vez

Vale la pena recordar aquellos acontecimientos vividos exactamente hace seis años

Por: EL INFORMADOR

Otra vez el país se encuentra en esos tiempos electorales regionales post intermedios que marcan los rasgos de la política nacional propios de los preparativos de la sucesión presidencial próxima. Por ello, vale la pena recordar aquellos acontecimientos vividos exactamente hace seis años: en un clima de tensión, que finalmente produjo varios hechos de violencia, las elecciones en Veracruz de 2004 mostraron una competencia muy cerrada en la que el voto se dividió en tres partes casi iguales; no en dos, como había estado sucediendo antes. Importantes por sí mismas, esas elecciones anticiparon además algunos rasgos inquietantes que han caracterizado al peculiar estilo del proceso electoral mexicano: que nuestro sistema político fue creado para limitar las preferencias y se ve rebasado cuando las alternativas principales son muchas y muy variadas.

En los hechos recordados, aquellas elecciones veracruzanas para gobernador, diputados locales y presidentes municipales representaron una disputa muy cerrada. El entonces candidato de la coalición PRI-PVEM-PRV ganó la gubernatura del Estado con 35.85% de los votos válidos, menos de un punto porcentual por encima del candidato del PAN, quien obtuvo 34.89% de los votos. El candidato de la otra coalición que aglutinó al PRD, Convergencia y PT obtuvo 29.16%. Arriba de 60% del padrón estatal acudió a las urnas.

Frente a los muy cerrados resultados de aquellas elecciones, y a la demora de las cifras oficiales, PRI y PAN se declararon ganadores. El tercer candidato acusó que hubo un gran fraude electoral. Entretanto, los partidos prepararon las estrategias para defender “su triunfo”, combinando el proceso jurídico de impugnaciones con la convocatoria social a la marcha pública, advirtiendo que defenderían su triunfo “voto por voto”, sea como sea.

Se registraron agresiones posteriores a las elecciones. Hubo destrucción de oficinas electorales, quema de actas, así como retención de paquetes electorales y protestas en varios consejos distritales. Se cerró una oficina que había sido instalada para vigilar que los programas sociales no fueran usados con fines electorales. Ante el clima de tensión que se vivía, el Gobierno estatal ordenó el despliegue de cerca de 20 mil elementos de Seguridad Pública.

Aquellas elecciones desataron un clima de enfrentamiento y divisiones que estampillaron el fenómeno del “tricandidatismo” marcado con una diferencia mínima. Se manifestó una desconfianza en las autoridades electorales alimentada por acusaciones sobre el sesgo del Gobierno estatal en el proceso. Un dato preocupante fue que los actos de violencia fueron realizados por militantes de prácticamente todos los partidos involucrados. Los reclamos y dedazos cruzados acusaban que la violencia era promovida por los otros partidos. Nuestra transición democrática mostró notoriamente la multiplicidad del país, la cual se ha resistido a ordenarse, a madurarse.

Se nos ha mostrado que entre más concentrado está el poder en una sola persona, más es la tendencia hacia la bipolarización en la competencia por su relevo o sucesión, porque mayor es la potencia necesaria para enfrentar aquellas fuerzas ya establecidas en el dominio. Resisten y no se dejan desplazar fácilmente. Entonces, por eso se requiere de un contrincante ampliamente fortalecido para enfrentar aquello ya establecido, enraizado. De ahí el interés creciente por algunas coaliciones entre los partidos relegados.

La polarización política genera y rectifica fuerzas, alinea voluntades, despierta pasiones y provoca opiniones encontradas. Las tensiones resultantes liberan energía y vigor, sin los cuales un régimen se vería estancado, desgastado. Pero debería tener sus límites.

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