Viernes, 22 de Noviembre 2024
Jalisco | La ciudad y los días por Juan Palomar Verea

En memoria del arquitecto Esteban Wario

No es fácil ser un buen funcionario público. Es una tarea que exige entereza, austeridad, altura de miras, visión amplia y trabajo incesante

Por: EL INFORMADOR

Hay vidas cuya brevedad es injusta. Por lo que el acortamiento de su tránsito representa en beneficios perdidos, en logros aplazados, en irrecuperables experiencias extraviadas. Hay vidas que se cifran en el servicio a los demás, más que en la cosecha de beneficios personales: ésas son las que dejan tras de sí la huella más profunda y las aportaciones más significativas a la comunidad. Son las vidas que deberían ser largas y que deberíamos valorar con cuidado y respeto.

No es fácil ser un buen funcionario público. Es una tarea que exige entereza, austeridad, altura de miras, visión amplia y trabajo incesante. El servicio civil entre nosotros ha sido largamente postergado a favor del “chambismo”, la improvisación, a menudo la corrupción y la ausencia de continuidad. Son escasos y por lo tanto mucho más valiosos los funcionarios de carrera que entregan, con seguidez y consistencia, sus esfuerzos a favor del bien común.

Un arquitecto no lo es plenamente si no tiene, para sí mismo y para los demás, una idea completa de su función en la polis. Entre los practicantes de la profesión –o en los que afirman intentarlo– no son muchos quienes pueden establecer una postura válida ante el territorio, la urbe y las edificaciones. Desde Vitruvio –por lo menos– sabemos que el arquitecto debe hacerse cargo –en términos amplios– de la realidad física y humana de su entorno para así establecer soluciones que contribuyan a una vida mejor.

Esteban Wario fue un hombre bueno, comedido, generoso. Tuvo una vida prematuramente interrumpida, fue un funcionario público ejemplar y un arquitecto poseedor de una visión lúcida, amplia y consistente. Estuvo presente en todos los esfuerzos urbanísticos del Estado y la ciudad en las últimas décadas. Gracias a su presencia discreta y constante, cada una de las medidas en que se vio involucrado tuvo un mejor desenvolvimiento. A través de los años logró acumular un caudal de conocimientos y experiencias en los campos de la planeación que lo hicieron un actor insustituible en esos ámbitos. Arquitecto profundamente reflexivo y estudioso, nunca dejó en segundo término sus arraigadas preocupaciones sociales.

Ahora que nos enfrentamos a lo irremediable, es momento de decir lo que a Esteban Wario, en su proverbial discreción, hubiera quizás contrariado: que su trayectoria debería de servir de ejemplo a las actuales y futuras generaciones. Que lo callado y eficaz de su trabajo como servidor público debería exaltarse y constituir una referencia deseable para propios y extraños. Que su visión arquitectónica, amplia, informada y responsable, es la que hace falta para superar los gravísimos retos que enfrentan Jalisco y Guadalajara.

Esteban Wario siempre fue puntual, educado, afable. Y, sobre todo, inteligente. Que esa inteligencia que le hizo construir una vida completa y generosa sea la que, en su memoria, pueda guiarnos para buscar una mejor ciudad.

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