El calor que aprieta

Juan Palomar Verea

Por todos lados se oye la queja: la gente dice que el calor está como nunca. Los rigores de la estación previa a las aguas se hacen sentir. Por más que los meteorólogos digan que los registros muestran temperaturas similares a los años pasados, la impresión general es de mayor aridez y sofoco. ¿De dónde viene esta percepción?

De varios lados: por un lado hemos aumentado grotescamente el llamado parque vehicular. Según ciertas cuentas, a razón de cerca de 300 vehículos diarios. Se sabe que las fuentes móviles (o sea los vehículos de motor) causan cerca del 80% de la contaminación ambiental y buena parte de las emisiones de carbono a la atmósfera.

Mientras no cambiemos el patrón de transporte vigente por uno en el que el transporte colectivo y los medios no motorizados (bicicletas) tengan mucho mayor participación, el calentamiento general del ámbito del Valle de Atemajac seguirá en aumento.

Es ya la hora en la que podamos medir la contribución metropolitana al calentamiento de la atmósfera y podamos fijar metas y métodos para abatir uno de los peligros más acuciantes del contexto contemporáneo.

Otra circunstancia que nos hace resentir con fuerza las actuales condiciones atmosféricas es la pérdida de biomasa vegetal que experimentamos año con año debido a las talas y las podas inmoderadas. Por supuesto que la falta de sombras provoca un recalentamiento de los entornos particulares en los que las frondas son eliminadas. Urge un programa concreto y práctico para dejar de perder estos valiosos activos ambientales; CFE, Telmex y las compañías de cable podrían colaborar grandemente en este aspecto.

La expansión de la mancha urbana, y la proliferación de superficies urbanizadas, construidas y pavimentadas acrecientan la famosa isla de calor. Es una más de las múltiples razones para impedir la actual tendencia a la dispersión citadina y para buscar una razonable redensificación de los tejidos urbanos.

La iniciativa que lleva adelante EXTRA junto con varias instituciones para "convertir a la ciudad en un bosque" es sumamente positiva y esperanzadora. Gradualmente se ha ido involucrando a la sociedad en la conciencia de la necesidad de contar con muchos más árboles que permitan mejorar las condiciones de la urbe. Es mucho lo que falta. Existen grandes capas de población que aún guardan frente a la ciudad una actitud de indiferencia y aún de recelo. Cambiar estas percepciones representa el verdadero reto para devolverle a la urbe condiciones ambientales más favorables.

De la misma manera, es preciso avanzar en el rescate de causes y cuencas hidrológicas que históricamente han sido maltratadas e ignoradas. Un caso que promete dar pronto resultados es el del arroyo de Atemajac, donde se trabaja intensamente, por parte de los ayuntamientos de Guadalajara y de Zapopan, junto con el Gobierno del Estado, para producir a corto plazo las primeras acciones de regeneración.

Guadalajara puede ser más benévola con sus habitantes si cuidamos celosamente su privilegiado (a pesar de todo) clima.

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