Domingo, 24 de Noviembre 2024
Jalisco | La Crónica Negra Por: Isaac de Loza

Dos años a merced de la penumbra

Cobijado por las sombras y devorado por el transcurrir del tiempo, al final se le localizó

Por: EL INFORMADOR

Cobijado por las sombras y devorado por el transcurrir del tiempo, al final se le localizó. Los restos de Gustavo Castillo Cervantes fueron encontrados por obra de una casualidad indulgente, la cual le permitió salir del pozo que la Cuna Alfarera había destinado como su tumba –luego de haber realizado algunos actos ilícitos que hasta ese momento sólo él y sus compañeros supieron–, antes de su último suspiro, para recibir un digno funeral.

Desafortunadamente poco quedaba de él; su osamenta daba cuenta de que la oscuridad lo abrazó y engulló por casi dos años, lapso durante el cual el secreto de su paradero permaneció bajo llave en las mentes de las únicas dos personas que conocían la ubicación de su sepulcro. Y revelar la razón del deceso significaba dar a conocer un delito por el que no estaban dispuestos a pagar, pese a la pérdida de un “amigo”.

Pese al acuerdo —tomado en contubernio— de alargar la clandestinidad de esa decisión, una tarde-noche del mes de marzo, el pozo de una habitación ubicada en el domicilio 34 de la calle San Nicolás, en la colonia Santa Paula, recibió la cálida visita de una luz emanada de una linterna, que alcanzó a reflejarse en la palidez del esqueleto y, de esa forma, evidenció la presencia del infortunado sujeto. Atar cabos no requirió de gran demanda para la labor de inteligencia del grupo de Homicidios de la Policía Investigadora; una credencial que acompañó al cadáver y el proceso de su descomposición reveló el nombre. La sucesiva llamada al área de desaparecidos dilucidó aún más el caso.

Extraño, pero una realidad: pese a que el hombre dejó de frecuentar al núcleo familiar desde junio de 2008, la denuncia de su desaparición fue realizada apenas unos días antes de que fuera encontrado (¿coincidencia?).

La investigación de los hechos esclareció el por qué de su estadía en tan extraño lugar. El occiso y dos cómplices habían entrado a robar, pero el delito se salió de control cuando Gustavo sufrió un mortal accidente y éstos lo abandonaron a su suerte.

Las indagatorias rápidamente condujeron a los agentes investigadores con Alejandro Martínez Martínez y Juan José Méndez Ávalos, quienes revelaron que la idea de hurtar el domicilio, tumba para su camarada, surgió de una borrachera. Al calor de las copas, el trío entró a la residencia para hacerse de lo que pudieran, pero al separarse y registrar diferentes habitaciones un grito disonante se escuchó en el cuarto del hallazgo. Al acercarse a verificar únicamente escucharon toser a su amigo; notar que éste había caído en el pozo les tomó pocos segundos.

En un actuar instintivo, salieron rápidamente a buscar una soga para ayudar a salir del pozo a Gustavo, pero cuando finalmente consiguieron una cuerda y la arrojaron al fondo, de él únicamente escuchaban quejidos. El sonido de su voz era distinto, sólo emitía gemidos difícilmente perceptibles; su vida se apagaba a cada segundo que transcurría y ellos, a pesar de que le gritaban con desesperación que tomara dicha soga para ayudarlo a salir, no obtuvieron respuesta alguna. Ninguna fuerza se posó en el instrumento que salvaría a su compañero del abismo y la tos, antes fuerte e inquieta, ahora era parte de su agónico murmullo.

Alejandro y Juan José cruzaron miradas y la decisión se tomó sin emitir palabra alguna. No hablarían más de ello, estaba acordado. Salieron del lugar y ni siquiera el robo se pudo consumar, ya que su nerviosismo tras haber atestiguado la muerte del hombre con quien, horas antes, departían alegremente varias bebidas embriagantes, nubló su avaricia y el botín fue abandonado en las cercanías del último nicho de Gustavo. La vida, se supo después, le fue impedida tras haber chocado su cabeza contra la fosa que cobijó su cuerpo hasta que una luz cegadora lo rescató.

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