Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Jalisco | Por Juan Palomar Verea

Dejar dicho algo

LA CIUDAD Y LOS DÍAS

Por: EL INFORMADOR

Los muros de la ciudad nos ven pasar. También ellos, la mayoría, cambian. Viejos muros de adobe caen bajo la piqueta, muros de ladrillo soportan construcciones que luego desaparecen, muros de vidrio prematuramente envejecidos dan paso a nuevos materiales y a otras formas. Pero otros subsisten: los muros esenciales que delimitan los ámbitos públicos y privados de la urbe en permanente mudanza. Sobre ellos ensayan los grafiteros sus trazos irritantes e inquietos, detrás de ellos transcurren las vidas de las generaciones que van pasando, frente a ellos establece la gente sus señales de orientación en la cuadrícula mutante de las cuadras citadinas.

Finalmente, a pesar de los pesares, la ciudad es un texto continuo que, con la gramática de muros y cubiertas, espacios y rinconadas, va dando cuenta de los afanes, los aciertos y los extravíos de sus habitantes. A través de ese texto, múltiple y complejo, las generaciones van dejando dicho algo sobre su fugaz paso por el mundo. Hay fragmentos memorables, entrañables, fundamentales. Para nombrar algunos: la Catedral, el Hospital Civil, el Hospicio Cabañas.
Tres piezas urbanas que le dan sentido, identidad y acento a Guadalajara. Por su arquitectura misma; por todo lo que esa arquitectura describe y cuenta.

Una sola de ellas, el Hospital Civil o de Belén, justifica y ennoblece a varias generaciones de tapatíos: la magnífica obra, iniciada por Fray Antonio Alcalde, es una marca señera en la cara de la ciudad. Su trazo, sabio y generoso, enlaza a la capital de Jalisco con las mejores aspiraciones de la Ilustración, y a través de ella, con la gran tradición humanista de Occidente. No menos importante es la continuada vigencia de la actividad del hospital, su dilatado influjo bienhechor en favor de los que menos tienen, de los habitantes de todo el Occidente del país; la labor abnegada y sostenida, muchas veces callada y compasiva de sucesivas generaciones de médicos, enfermeras, monjas, trabajadores, a través de más de dos siglos.

Otra generación que la que fundó el hospital nos dejó, por ejemplo, la Escuela Tapatía de Arquitectura, germen y cimiento de la obra del mayor arquitecto que México ha dado: Luis Barragán. Pero, a su lado, y de forma quizá menos espectacular pero igualmente fecunda, la obra de otros creadores, más o menos conocidos o celebrados, que contribuyeron a hacer de la Guadalajara de la primera mitad del siglo XX una ciudad bella y digna. De esa misma generación provienen los primeros intentos, meritorios y con frecuencia frustrados o nublados por la codicia, la usura, la tontería o la especulación inmobiliaria, que redundaron en una planeación urbana que, contra todas las adversidades, logró la implantación de una traza citadina racional y sensata.

Todo esto puede leerse en los muros de la ciudad. ¿Qué se podrá leer de las actuales generaciones? ¿Centros comerciales copiados de revistas gringas, cotos de muros anodinos e interminables coronados de alambradas y cupulitas prefabricadas, pasos a desnivel, agencias de coches que pasan de moda más rápido que los autos que venden? ¿Casas derrumbándose en el centro gracias a la cerrazón y a la falta de imaginación para darles una adaptación y un uso inteligente? ¿Anuncios espectaculares y pantallas chillantes, árboles talados o desfigurados, banquetas desportilladas de las que los vecinos ya no se responsabilizan? ¿Invisibles intentos ahogados antes de nacer por la maledicencia, la envidia, la dejadez, el miedo a lo nuevo?

Algo quedará, sin embargo. Algo habrá de dejarse dicho. Aunque sea para que, como dijo José Agustín Goytisolo, “Que no se diga de nosotros, por lo menos, que fuimos una generación de aburridos.”

jpalomar@informador.com.mx

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