Viernes, 29 de Noviembre 2024
Jalisco | Aseguran que les trajo hambre

Decreto de protección afectó a habitantes de La Primavera

Algunos ejidatarios recuerdan que al no poder vivir del bosque, muchas familias completas emigraron en busca de oportunidades

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO.- Cuando el fuego convertía al bosque en infierno, las familias salían de sus casas, cortaban pedazos de rama, los amarraban y a correr a apaciguar la quemazón que se tragaba a La Primavera.

Eran tiempos en los que no se conocían los bomberos forestales, y menos se sabía de áreas naturales protegidas; los guardianes de los pinos eran los ejidatarios de La Primavera.

“A la carrera sacaban una camioneta y todos arriba, a apagar el fuego sin descanso. Si no se calmaba, dormíamos unas horas y hasta que lo controlábamos. En uno de esos cerros (lo señala, sentado cerca de la caseta de ingreso) hubo un incendio de pocas... todavía me acuerdo que rodé”, recuerda Elías Esparza, presidente del comisariado ejidal.

Es el mero día de la celebración de los 30 años del decreto. Pasan carros por aquí y por allá para llegar al predio Agua Brava a las actividades del Festival. Y a propósito del asunto, sinceramente, los ejidatarios razonan que aquel decreto presidencial del 6 de marzo de 1980 les trajo pura hambre.

Porque las pocas familias del poblado vivían de la venta de leña a ladrilleras, panaderías y hoteles, y de la producción de aguarrás: “Al palo de pino le quitaban la tecata, le ponían una ollita de barro, chorreaba la clementina y con eso hacían la bebida”, resalta el tesorero, Daniel Gutiérrez Barba.

Y de repente, llegó el decreto. “No hubo ni agua va”, cuentan los integrantes de la mesa directiva del ejido, sentados con su sombrero puesto, cerca de la zona de renta de caballos. “No nos dijeron... agarraron donde quisieron... al ejido no le consultaron”.

—¿Y qué hizo el pueblo?

—Nos morimos de hambre, oiga... empezamos a emigrar los que estábamos chavalos; él se fue a Estados Unidos, yo al Distrito Federal, mis hermanos, hermanas, primos... todos se fueron a buscar la vida, porque de por sí las parcelas eran muy pobres –contestó el ejidatario Flavio Orozco–.

—¿Cuánta gente se fue?

—Muchos jóvenes, muchos. Quedaron pocos de los que nacimos aquí. Los de ahora son gente de fuera, porque todos vendieron sus derechos (ejidales). Mi padre vendió en 600 pesos dos lotes. El hambre era mucha, una persona hasta recibió una camisa por un lote... así era la vida de aquel tiempo –cuentan entre todos, con frases que completan entre los tres–.

Sus padres no pidieron nada al Gobierno. Pero tampoco les ofrecieron. “Estaban muy cerradones, tenían pocos estudios”, dicen. El panorama comenzó a cambiar cuando se creó la Dirección del Bosque y Salvador Mayorga les permitió adecuar predios para visitantes y cobrar el ingreso al río caliente.

“Desgraciadamente no es suficiente. Ya sabe que esto es un botín político. Y cuando pasa algo, dicen que fue en La Primavera, pero La Primavera es aquí, por la hacienda que así se llamaba”. El nombre se lo puso Don Pantaleón Orozco, quien construyó una “hilerita” de casas para los peones, por allá en tiempos de la Revolución.

Y sí fue en aquellos tiempos, porque “mi abuelo me platicaba de cuando los bombardeos en el cerro”. Los tres lanzan recuerdos de cuando salían a buscar casquillos de cañón o de cuando encontraban placas de tiro de siete milímetros, porque por los montes anduvo –dicen– el general Álvaro Obregón.

 Los primeros zapatos


Daniel Gutiérrez interrumpe el hilo de la conversación para recordar aquel tiempo de cuando vivían de la leña.  

“No me lo va a creer, pero cuando mi papá acarreaba la leña en burros, estaba como de unos 10 años, y me soltaba al bosque con tres o cuatro animales cargados, sin huaraches. Me sentaba en los caminos a quitarme las espinas de los pies”.

Don Flavio remata: “Así vivimos, así nos criamos”. Sus primeros zapatos los tuvo a los 10 años, por regalo de Don Luis, el dueño de un caballo y quien lo enseñó a cabalgar. Le compró su primer par en la zapatería Pardo, y no olvida:  se ubicaba en Pedro Moreno. “Con él aprendí a correr caballos”.

Gutiérrez Barba regresa a su infancia. De aquellas patas pelonas, su papá logró comprarle unos huaraches en San Juan de Dios. Pero eran de suela de llanta, y el chamaco no quería ese modelo. Se los puso, y luego fue a tirarlos a la barranca.  

 “Muy pobres, muy pobres éramos... pero contentos, fíjese. Teníamos vaca, gallina, maíz, frijol, lo que cosechábamos, lo que siempre se dio aquí”.

–Con el tiempo, ¿cómo ven el decreto?

– “Para el ejido no es beneficio. Para Guadalajara sí, porque mandamos oxígeno limpio y en respuesta no nos dan nada; les cobramos 20 pesos, oiga, por un carro, juntamos la basura y puras maltratadas por 20 pesos. Lo bueno es que sí se detuvo la ciudad”.

–¿Qué pasa si se acaba el bosque?

– No, no, no –dice cada uno, al unísono–, se muere uno, nos morimos con él, es nuestra vida. Es la primorosa, aquí así le decimos, es nuestro pulmón, porque estamos a un tiro de Guadalajara. Esto debería ser un emporio turístico, pero no hemos tenido el apoyo económico suficiente.

Textos: Alejandra Guillén.

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